miércoles, 19 de septiembre de 2018

POLÍTICA DETERIORADA, UNIVERSIDAD MENOSCABADA

El problema es que si la controversia de las tesis y de los títulos académicos se prolonga, los daños pueden ser incalculables. A la política en general. Y a la institución universitaria. El país no está para polémicas laberínticas, mucho menos cuando se contrasta que uno de los canales de expresión, las redes sociales, es un inmenso y descontrolado espacio donde se entremezclan las falacias con las más aviesas intenciones y los más reprobables denuestos en el debate público, hasta convertirse en un cloaca opinativa, donde, salvo muy honrosas excepciones, solo dan ganas de salirse e invertir ese tiempo en algo más provechoso.
Basculando entre el fanatismo y la ignorancia, están conduciendo las diferencias a un abismo del que no se sabe cómo saldrán. Dañada la política, porque la desafección hacia ella galopa desaforadamente, entre aquellos escándalos de corrupción sobre los que aún la justicia no ha terminado de echar doble o triple llave y los comportamientos que en nada ennoblecen una tarea pública digna de respeto. Y muy perjudicado un ámbito tan serio como el universitario donde, ciertos episodios podrán ser la excepción pero por la proclividad a generalizar, lejos de preponderar el rigor y la seriedad que se presuponen, se desata una carrera de trapisondas y fechorías que es un disparo a su línea de credibilidad.
Malos tiempos; horribles pues, para dos soportes esenciales de nuestra convivencia: la política, de por sí desprestigiada, con sus valores cogidos con alfileres; y la universidad, una institución primordial en los procesos sociales y en los avances de cualquier país.
No es fácil erradicar los virus que han inoculado hasta producir unas convulsiones preocupantes. Ya se encargan algunos, de todos los bandos, de alentar el desasosiego en busca de réditos políticos ante la proximidad de convocatorias electorales. Harían bien, en los estados mayores o en la retaguardia, disponer de estrategias donde prime la cordura y merced a las cuales sea posible reconducir farragosas situaciones que, además, restan energía para dedicar a cuestiones más importantes y más apremiantes. Salvo que se prefiera el ruido y la furia tan característicos de los patios de colegio.
El caso es que el estancamiento se agrava a medida que la investigación periodística va descubriendo más deslices o más falsedades. Ni los programas informáticos detectores de plagio sirven para frenar las sospechas que terminan dando pie a pleitos, sabe Dios de cuanta duración, que, a su vez, generan un clima enrarecido de relaciones político-mediáticas cada vez más intrincado e inquietante.
La España incierta, agitada, de horizontes difusos, acaso resignada para seguir conviviendo entre sobresaltos y disputas, reflexiona desesperanzadamente, consciente de que, en el fondo, todo obedece a intereses que, por mucha legitimidad con que estén envueltos, su radicalidad a ultranza los convierte en banderines que apenas enganchan y si lo hacen ya es sin convicciones.
Política deteriorada, universidad menoscabada. Es tan inevitable la desazón que hasta el pensamiento, lo que nunca, se resiente. Lo peor es no saber cómo terminará todo esto.

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