viernes, 24 de noviembre de 2023

NO AL INSULTO

 

El insulto se ha residenciado como rutina perversa en el curso de los debates políticos, en general, de la sociedad española actual. De la mañana a la noche, a través de diversos medios de comunicación, una cascada de palabras gruesas y afirmaciones ofensivas nos inunda día tras día, con cualquier pretexto y casi total impunidad.

Hay un montón de ejemplos. El penúltimo es el de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid que, en el curso del pasado debate de investidura, llamó hijo de puta, desde la tribuna de invitados del Congreso de los Diputados, al entonces candidato, actual presidente, Pedro Sánchez. La cámara estaba allí y captó el movimiento de los labios de Ayuso, que se apresuró –ella y su guardia de corps- a desmentirlo pero el algodón de las imágenes no engaña y optaron, horas después, cuando la evidencia era palmaria, por una rectificación muy de su estilo, la cual, aunque rimara, no era demasiado afortunada: “Me gusta la fruta”, dicen que dijo la presidenta. Mentiras, una vez más.

Las repercusiones posteriores al incidente –incluida esa inclinación del derechío a tomarse estas cosas en broma y con sorna- no se hicieron esperar: donde hay mayoría, vale todo, según ha ido imponiéndose, para eso somos los que mandamos y ya saldrá el sol por donde quiera, que mientras mandemos, que “se jodan”, otra ilustrativa expresión hace unos años de una diputada, hija de Carlos Fabra, el que fuera presidente de la Diputación de Castellón y de la sociedad pública que gestionaba el aeropuerto de aquella ciudad, a quien Mariano Rajoy, en su época de presidente del Gobierno, calificó de “ciudadano ejemplar” mientras el asunto ya estaba residenciado en vía judicial. Después, cumplió condena hasta que renunció a su  cargo y a la militancia en el Partido Popular.

Pero bueno, de quien hablamos es de Ayuso y su exabrupto, muy impropio de una dirigente política relevante, pronunciado, además, en un lugar pomposamente denominado en algunas declaraciones institucionales ‘templo de la palabra’ (De expresiones como la referida, no, desde luego. Cualquiera, con un mínimo de sensatez y educación elemental, lo sabe). Alguien debería decir a la presidenta Ayuso que insultos como el suyo son inasumibles. Por muy ‘afrutados’ que intenten disfrazarlos. Si a estas alturas todavía no se ha entendido que el lenguaje es arma decisiva para ahuyentar a la gente de la política y fomentar el desapego, es que falta mucho para alcanzar la madurez democrática.

Quienes se quejan de la falta libertad de expresión y no son capaces siquiera de reprobar ese tipo de manifestaciones o de argüirlas con buen criterio y fundamento, deberían reconocer que se equivocan. Que ese es el camino equivocado. La política, en general, se ha degradado, precisamente por la vía del empleo de un lenguaje inapropiado y tabernario que no favorece, ni muchísimo menos, la convivencia, el respeto, la tolerancia y la credibilidad. El asunto ha alcanzado tal nivel en algunos casos que ya los que conservan la virtud de aguantar lo que les echen se extrañan de que los telepredicadores o jinetes indómitos de las ondas, una noche o en un programa cualquiera, no larguen por esa boca las “lindezas” –y no queda más remedio que entrecomillar el término- que ha caracterizado su estilo y les ha distinguido.

El escritor y paisano Juan Cruz Ruiz propuso, en su obra “Contra el insulto”, tomar conciencia del problema y contribuir a eliminar de la escena pública el insulto como recurso habitual. Muy recomendable su lectura. Desgraciadamente, hay muchos afectados. Pero Ayuso ha quedado estigmatizada para los restos. Simplemente, hay que erradicar las injurias. No se pide refinamientos dialécticos. Solo educación y respeto. Para ser mejores ciudadanos y mejores demócratas.

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