Siempre, pero sobre todo en el ejercicio activo de la política, fuimos respetuosos con la vida interna de las organizaciones, de modo que no va a haber excepción en esta visión de lo que viene ocurriendo en el Partido Popular de Madrid. Tiene, debe tener esta organización política resortes y mecanismos propios para resolver lo que todavía no es crisis pero sí desgaste, lo que ha tenido una trascendencia mediática considerable y que, independientemente de la suerte final que corra, no conviene minimizar.
La vida interna de los partidos tiene estas cosas: juegos de poder, ambiciones, bloques, familias, influencias, aspiraciones, treguas, pactos, tacticismos y, de vez en cuando, operaciones de gran calado. Es curioso, porque las direcciones tienen a su alcance un recurso para luchar contra esos factores pero no lo emplean, lo emplean poco o dan la batalla por perdida.Es el recurso de las ideas y con éstas, el de la formación. Así de llano: formación, con la multiplicidad de variables que hoy se registran, para guiar, enseñar y pulir a quienes ejercen responsabilidades públicas y orgánicas. Se concede tal escasa importancia a la asignatura que no es de extrañar que el personal se dedique a otras cosas: zancadillas, codazos, envidias, insidias, ponzoña, empujones, trepas, conspiraciones... Y ya puestos, cuando se abre el grifo, cuando todo el monte se ha convertido en orégano porque no se ha sabido cortar a tiempo, nada detiene ese afán destructivo, tales vicios, esa corrosión interna encarnada en las luchas intestinas que tanto daño causan a la organización misma y a su credibilidad.
En ese submundo, por cierto, algunos se mueven como pez en el agua. Es su hábitat. A falta de redactar una moción o de llevar a la práctica un mínimo programa de difusión de una iniciativa o de releer las resoluciones congresuales para aplicarlas allí donde se disponga de legitimidad para hacerlo, se especializan en enredar, crispar, engañar y sesgar de modo que, convertido en moneda corriente, o te subes al carro o ya sabes cuáles son las consecuencias del romanticismo. Malos vientos, malos tiempos. Y después se permiten hablar de los nuevos modos de hacer política o de que ésta es la política del siglo XXI. Habráse visto...
Lo del PP de Madrid responde a algo, está claro. El control de Caja Madrid, las consecuencias derivadas incidentales en la Administración o en las instituciones, las apetencias personales... a algo. Que sea el propio partido conservador el que, con sus averiguaciones y sus decisiones, despeje las incógnitas abiertas con un tratamiento periodístico sobre espionaje político interno. Igual se cumple ese vaticinio de la presidenta Esperanza Aguirre: "Al final todo quedará en nada".
No es de extrañar ni lo uno ni lo otro. Ni las suspicacias ni las coacciones ni los aniquilamientos del mensajero ni las atribuciones enfermizas a los contrincantes políticos, por lo que algunas evidencias -desde luego, las declaraciones de algunos altos cargos populares echan más pimienta al pote- aconsejan mesura, templanza, transparencia y "otros modos de hacer política". Desde hace años sostenemos que el problema de las derechas -especialmente en los ámbitos territoriales reducidos- es que, en su seno, todos saben de todos por haber practicado los mismos o parecidos métodos, por haber convivido en las mismas coordenadas y por haber compartido una cultura necesitada de inyecciones democráticas.
Entonces, cuando un conflicto se desata o estalla por algún lado, como es el caso, afloran determinados comportamientos que, de ser ciertos, sirven para mostrar el lado más oscuro y menos grato de la convivencia interna de una organización política. Este Madridgate del PP está servido pero es probable que Aguirre tenga razón: quedará en nada. Más le vale. Hasta la próxima.
martes, 27 de enero de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario