lunes, 15 de junio de 2009

ABSTENCION PREPONDERANTE

En los estados mayores de las organizaciones políticas se sigue haciendo la digestión de los resultados electorales del pasado domingo, en tanto se suceden las valoraciones de destacados dirigentes y las opiniones de expertos y analistas.
Volvieron a ganar todos (cada cual a su manera) pero la primera evidencia que salta es el triunfo de la abstención y en ella hay que detenerse, en la confianza de que en esos estados mayores y en esos órganos de dirección haya habido alguien que, al calor de los porcentajes, se pregunte: ¿Y qué hacemos con la abstención?
En España se abstuvo el 54% del electorado y en Canarias se elevó ese registro cinco puntos, curiosamente cuatro y medio menos que en el año 2004. Pese a todo, es mucha abstención que prueba el hastío del electorado, su desmotivación. Se dirá que es la resultante de un conjunto de factores (desde la oportunidad de castigar a la indiferencia que entraña la convocatoria, pasando por el enfoque de la campaña de los partidos contendientes y por la fractura de las opciones progresistas) pero no vale refugiarse en esa ancha peana de comodidad cuando tanto se decide en las instituciones comunitarias. No nos importa Europa, donde se cuece casi todo lo que nos interesa (Iñaki Gabilondo dixit), y eso es lo que verdaderamente debe preocupar.
Porque la inhibición en unos comicios, plasmada en las cantidades que se contabilizan, es siempre una señal inquietante. ¿O es que no hay que tomarse como tal el avance de organizaciones de extrema derecha en el Parlamento Europeo? Sobre eso, teniendo en cuenta antecedentes como el francés o el austríaco, habrán de reflexionar los estrategas más allá del simplismo de núcleos radicalizados inasequibles a la desaparición total o de grupúsculos que progresivamente se van diluyendo.
Es mucha abstención, desde luego, con la merma de calidad democrática que ella entraña. Por mucha recesión, por mucho descontento, por muchos escándalos, por mucha desmotivación y por mucha desmoralización, hay que pensar no sólo en la evolución y en las tendencias de los electorados sino en la capacidad de movilización que los actores políticos activen, superior en este caso los del Partido Popular (PP) que, pese a todo, no cosecha un margen de victoria demasiado holgado. Precisamente, el partido derechista ha necesitado que baje 30 puntos la abstención para aumentar en uno su porcentaje de voto en cinco años, de ahí que no hayan faltado voces críticas a una cierta vanagloria de Mariano Rajoy al aludir a la derrota del PSOE tras haber logrado más votos que el socialismo desde al año 2000. Es cierto, pero que no olvide el líder conservador -ya que anduvo en clave nacional todo el tiempo- que anteriormente fue derrotado en las urnas dos veces.
Ello, de todos modos, no resta brillo al triunfo de los suyos en Tenerife, donde obtuvieron un 2,5% más de votos que en las mismas elecciones de hace cinco años. Los resultados para los populares fueron mejores en la provincia occidental, de modo que, tendencias al margen, con los incrementos habidos en municipios de ambas franjas, quienes argumenten que ese crecimiento es fruto de una paulatina pero eficaz implantación territorial no van descaminados.
Tales resultados, desde luego, no son para tirar voladores pero sí para estimular al personal y cuajar una estabilidad interna, siempre muy necesaria cuando ya hay que ir preparando estrategias y objetivos para próximas consultas que, festivos y vacaciones aparte, están, como suele decirse, a la vuelta de la esquina.
Hasta entonces, que alguien se pregunte qué estamos haciendo mal y que nadie olvide a Europa, que se tenga en cuenta la realidad de sus problemas, necesitados de una concertación internacional para construir un nuevo modelo productivo y de crecimiento económico así como para superar la recesión con políticas que defiendan las conquistas sociales y los derechos de los trabajadores.
Y eso, con la abstención, no se logra, no.

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