sábado, 27 de junio de 2009

DON CELESTINO

La Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife ha hecho socio de honor a Pedro Luis Cobiella Suárez, destacado profesional de la medicina y empresario turístico-sanitario, si se admite la ambivalencia. La predisposición de colaborar desde el grupo hospitalario que preside con el gremio periodístico, plasmada en un convenio que ya dura años, ha sido la prueba inspiradora de este reconocimiento.
Un reconocimiento que se hizo público en un acto celebrado en la sede del Cabildo Insular, donde el eximio paisano Juan Cruz Ruiz, conversó con Cobiella en torno a su vida y a su trayectoria, tan ligadas al Puerto de la Cruz, a la medicina, a la sanidad, al mundo de la empresa y al turismo.
El diálogo refrescó la figura de don Celestino Cobiella Zaera, padre de Pedro Luis, médico entrañable que viviera y compartiera las carencias de la ciudad en la posguerra así como el despegue y esplendor de la misma al eclosionar el turismo, la industria sin chimeneas -así nos gustaba definirlo- que marcó definitivamente el modelo y el devenir de aquélla.
La vecindad hizo que la relación amistosa fuera notable desde aquellos años en que los números 1 y 6 de la calle Blanco se intercomunicaran con frecuencia. Desde los amplios ventanales nos asomábamos, cuando sonaban el claxon de algún coche o la sirena de las primeras ambulancias, para ver al herido o la urgencia que había que atender en aquella suerte de clínica que era su consulta cercana. “Don Graciano” (en alusión al abuelo paterno), me llamaba don Celestino cuando tocaba en la puerta después de almorzar para pedir prestado el periódico.
Don Celestino era el médico para todo. Durante muchos años. Su peculiar forma de ser; su mirada, entre socarrona y amable; su modo de caminar… eran señales de una personalidad muy respetada. El médico permanentemente al alcance, asequible. El doctor humanista que sanaba con una simple ojeada, con una sencilla expresión.
Uno recuerda cómo hubo de atender sobre una camilla maltrecha a un futbolista finlandés del Upon-Palo que se había lesionado de gravedad en un encuentro amistoso en “El Peñón”. Y cómo hubo de comunicar el fallecimiento de su esposo a una ciudadana británica en la desaparecida cafetería “Oasis” de la avenida Colón, después de que estuvieran bailando. Qué aplomo, qué naturalidad la suya mientras Chano, el brigada de la Cruz Roja, se desgañitaba buscando un conductor para la ambulancia que ya no hacía falta.
Sobre Cobiella circulan hasta leyendas urbanas, situaciones inventadas pletóricas de gracejo. Como aquella, cuando atendió a un pescador de la localidad y conociéndole de sobra, le recomendó que se curaría yendo “a casa de las niñas en Santa Cruz”. Cuentan que al terminar el acto sexual, al reclamar la meretriz lo tarifado, el pescador exclamó:
-¡Qué te voy a pagar, si me mandó don Celestino por el seguro de enfermedad!
Fue uno de los habituales de la “cámara alta” de la recordada “tertulia del Dinámico”. Allí acudía y aguardaba la llegada del periódico “La Tarde”. Con frecuencia le llamaban al teléfono del bar para atender una urgencia. Era un lector empedernido de “Abc” cuyo ejemplar lucía cuando alguien lo traía de Madrid, antes de que los rotativos madrileños fueran distribuidos con cierta regularidad. Los años le hicieron más sabio y más solícito, hasta que abrió la clínica en San Fernando, donde en el recibidor cuelga un modesto retrato que refleja su permanente bonhomía, reflejada hasta el nombrete -¿quién en el Puerto escapa?- que algunos en privado y en voz baja le reconocían: “Guaguana”.
Su fallecimiento fue muy sentido. Se había ido el médico de todos. Su trayectoria bien merecía un recuerdo perpetuo, de ahí el nombre de la calle que en su día promovimos y que es, no más, un acto de justicia.
En aquel diálogo entre su hijo Pedro Luis y el escritor Juan Cruz Ruiz -¡quién les iba a decir a sus respectivos padres que ellos estarían en el Cabildo hablando de sus andanzas!-, la memoria de su figura de viejo y atento galeno flotó gratamente.

No hay comentarios: