¿Habrá firmado esta mañana antes de tomar el avión el presidente del Gobierno de España, Rodríguez Zapatero, el talón de 600 millones de euros? Porque esa es la cantidad fijada por el Gobierno de Canarias para afrontar la reconversión turística y la reindustrialización de la Comunidad Autónoma. ¿Lo traerá?
En caso afirmativo, aún parecerá poco y ya estará preparada alguna reivindicación que desfigure el grado de cumplimiento y que queden mal los socialistas. Si no hay talón -es un decir- volver a empezar: insensibilidad, insuficiente, desatención, tirantez, más REF, la deuda histórica, otra comisión de estudio y los flecos del plátano, de la ZEC… de lo que sea. Y siguen quedando mal los socialistas.
Aquellas lunas de miel con Madrid, sobre todo cuando gobernaba el Partido Popular, sólo tienen el valor de efímeros titulares de prensa. Ahora, ya se sabe, ciertos sectores nacionalinsularistas entienden que la clave de la tensión es sostenible según la cuantía de lo que se reclame, a tenor de la cual, por cierto, algún planteamiento proindependentista basado en la autosuficiencia de los recursos y de los atractivos, salta hecho añicos. Si después de haber hecho del turismo un monocultivo explotado por arriba y por abajo, a estas alturas ha de intervenir eso que en abstracto se llama Madrid para sufragar una reconversión, pues algo no se ha hecho bien. Y que sea ahora, en plena recesión y en franco deterioro del modelo productivo, cuando nos demos cuenta de que hay que ocuparse con más fundamento del sector secundario, es que bastante cómodos hemos andado.
Lo cierto es que llega la reunión de hoy en Las Palmas de Gran Canaria entre los dos presidentes y miembros de los respectivos gobiernos en un clima extraño. Aparentemente, sosegado; aunque en el fondo se sepa que se está librando más de una batalla que interesa, incluso, en alguna clave interna. Luego, a la espera de ver quién administra mejor los alisios que teóricamente siguen soplando, pues ya hemos atravesado el ecuador de la legislatura, se avecina la presidencia española de turno en la Unión Europea y son tiempos en que, además de importar los gestos, la eficacia y la traducción de las acciones resultan decisivas para enderezar rumbos, recuperar confianzas y transmitir a los agentes sociales y a la ciudadanía en general -tan mermada la credibilidad de la clase política- hechos que realmente la hagan recobrar un mínimo de ilusión, de cambio o de simple (¿simple?) salida de la crisis.
La cita de hoy se enmarca en las coordenadas políticas de una Coalición Canaria que exprime sus dos votos en el Congreso en vísperas de cuentas presupuestarias del Estado; que contrasta su estancamiento en la provincia oriental tras el fracaso en las elecciones europeas; que prefiere rehuir cualquier debate sobre la unificación (que siempre aparece cuando las cosas se ponen verdaderamente feas) y que barrunta una alternativa en Ana Oramas.
Su socio gubernamental en las islas, el Partido Popular, se mantiene a la expectativa, confiado en la tendencia alcista de Tenerife y en los frutos de una progresiva implantación. Es como si hubiera dado un paso al costado, sin molestar o sin querer interferir, a la espera de que estas negociaciones ofrezcan una cosecha que también les reporte dividendos políticos. Se fía, ‘ma non troppo’.
Y el socialismo canario, que parecía tenerlo todo a favor desde su resonante triunfo hace dos años, comprueba que el capital va disminuyendo y que, contextualizada esta reunión en un marco estrictamente institucional, su papel palidece y hasta se complica a la espera de despejar las incógnitas de inestabilidad interna que van brotando. Menudas paradojas las suyas: reafirmar los apoyos en el Congreso, cumplir con los compromisos asumidos, no incurrir en contradicciones en Canarias, ejercer aquí una oposición parlamentaria sin bandazos, superar ciertos atisbos de desmoralización… Menuda papeleta.
Igual la cumbre de Las Palmas es un punto de inflexión para todos. Dependerá de resultados tangibles, de su visualización y de la administración que se haga de los mismos. De la insuficiencia, de los pendientes y de la tensión. Ahí, ya todos sabemos quién tiene la delantera y con qué sólidos soportes cuenta. Así que la pasividad, menos que nunca, es aconsejable. Con talón o sin él.
En caso afirmativo, aún parecerá poco y ya estará preparada alguna reivindicación que desfigure el grado de cumplimiento y que queden mal los socialistas. Si no hay talón -es un decir- volver a empezar: insensibilidad, insuficiente, desatención, tirantez, más REF, la deuda histórica, otra comisión de estudio y los flecos del plátano, de la ZEC… de lo que sea. Y siguen quedando mal los socialistas.
Aquellas lunas de miel con Madrid, sobre todo cuando gobernaba el Partido Popular, sólo tienen el valor de efímeros titulares de prensa. Ahora, ya se sabe, ciertos sectores nacionalinsularistas entienden que la clave de la tensión es sostenible según la cuantía de lo que se reclame, a tenor de la cual, por cierto, algún planteamiento proindependentista basado en la autosuficiencia de los recursos y de los atractivos, salta hecho añicos. Si después de haber hecho del turismo un monocultivo explotado por arriba y por abajo, a estas alturas ha de intervenir eso que en abstracto se llama Madrid para sufragar una reconversión, pues algo no se ha hecho bien. Y que sea ahora, en plena recesión y en franco deterioro del modelo productivo, cuando nos demos cuenta de que hay que ocuparse con más fundamento del sector secundario, es que bastante cómodos hemos andado.
Lo cierto es que llega la reunión de hoy en Las Palmas de Gran Canaria entre los dos presidentes y miembros de los respectivos gobiernos en un clima extraño. Aparentemente, sosegado; aunque en el fondo se sepa que se está librando más de una batalla que interesa, incluso, en alguna clave interna. Luego, a la espera de ver quién administra mejor los alisios que teóricamente siguen soplando, pues ya hemos atravesado el ecuador de la legislatura, se avecina la presidencia española de turno en la Unión Europea y son tiempos en que, además de importar los gestos, la eficacia y la traducción de las acciones resultan decisivas para enderezar rumbos, recuperar confianzas y transmitir a los agentes sociales y a la ciudadanía en general -tan mermada la credibilidad de la clase política- hechos que realmente la hagan recobrar un mínimo de ilusión, de cambio o de simple (¿simple?) salida de la crisis.
La cita de hoy se enmarca en las coordenadas políticas de una Coalición Canaria que exprime sus dos votos en el Congreso en vísperas de cuentas presupuestarias del Estado; que contrasta su estancamiento en la provincia oriental tras el fracaso en las elecciones europeas; que prefiere rehuir cualquier debate sobre la unificación (que siempre aparece cuando las cosas se ponen verdaderamente feas) y que barrunta una alternativa en Ana Oramas.
Su socio gubernamental en las islas, el Partido Popular, se mantiene a la expectativa, confiado en la tendencia alcista de Tenerife y en los frutos de una progresiva implantación. Es como si hubiera dado un paso al costado, sin molestar o sin querer interferir, a la espera de que estas negociaciones ofrezcan una cosecha que también les reporte dividendos políticos. Se fía, ‘ma non troppo’.
Y el socialismo canario, que parecía tenerlo todo a favor desde su resonante triunfo hace dos años, comprueba que el capital va disminuyendo y que, contextualizada esta reunión en un marco estrictamente institucional, su papel palidece y hasta se complica a la espera de despejar las incógnitas de inestabilidad interna que van brotando. Menudas paradojas las suyas: reafirmar los apoyos en el Congreso, cumplir con los compromisos asumidos, no incurrir en contradicciones en Canarias, ejercer aquí una oposición parlamentaria sin bandazos, superar ciertos atisbos de desmoralización… Menuda papeleta.
Igual la cumbre de Las Palmas es un punto de inflexión para todos. Dependerá de resultados tangibles, de su visualización y de la administración que se haga de los mismos. De la insuficiencia, de los pendientes y de la tensión. Ahí, ya todos sabemos quién tiene la delantera y con qué sólidos soportes cuenta. Así que la pasividad, menos que nunca, es aconsejable. Con talón o sin él.
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