Se supone que andábamos en una campaña electoral pero son apreciables la desmotivación y la desmoralización del personal. Muy pocos son los que han combatido tales factores, aun en el reconocimiento de que las anteriores citas con las urnas europeas despertaron escaso entusiasmo, tratando de hacer ver que la evolución de la Unión Europea (UE) en los próximos años es determinante para superar la recesión económica con políticas que exigirán un notable grado de aplicación.
Pero, entre la atonía y la inhibición, como si este compromiso no fuera con quienes, más o menos, están directamente implicados, la campaña se va desgranando con más ruido de denuncias por comportamientos irregulares y descalificaciones personales que nueces de propuestas o planteamientos sobre creación de empleo, cambio climático o fortalecimiento del sector público.
Lo cierto es que, sumando crisis a desinterés, la adición del hastío y el pasotismo, elevado a inquietantes cotas de lejanía el objeto de la convocatoria, este período previo a la cita del próximo domingo ha desgarrado incluso a los propios militantes de las organizaciones políticas. Menos papelería, menos cartelería, menos visitas, menos anuncios, menos estampas propias de una ambientación de la que, por fortuna, hemos ido acumulando distintas experiencias. Por faltar, hasta la megafonía, tan clásica y convencional, al menos en los núcleos donde habitualmente nos desenvolvemos. Ni los resultados ni los análisis de las encuestas han venido a animar el perfil bajo de la cosa.
Para colmo, han surgido otros escenarios que, por su naturaleza, han concentrado mayor interés. Son los escenarios de las tramas de corrupción, de las filtraciones así calificadas a conveniencia, de las investigaciones policiales y de las resoluciones judiciales. Gran despliegue -según y cómo- y cobertura a la carta -es insólito el tratamiento dispensado en algún medio- en tanto los actores pasean, en una confusa y desordenada ceremonia con olor a pesadilla, sus sospechas, sus desmentidos, sus cargos y sus liberaciones y hasta sus esperanzas.
En los estados mayores de los partidos se cuenta con el impacto que puede producir una información periodística reveladora de alguna decisión controvertida y hasta de una conducta escandalosa, de modo que tienen preparado el contrataque que, convenientemente administrado, puede aplacar efectos en las propias tendencias del electorado. Eso, en plena campaña electoral, pone a prueba no sólo el temple sino la capacidad de reacción. Es una especie de prueba de algodón para quienes tienen las responsabilidades decisorias más allá de la organización de los actos públicos o de la contratación propagandística.
Pero es que esta vez hay un contagio preocupante. Que si aviones, que si franquismo e inquisición, que si descalificaciones personalizadas... Vamos a ver si en el segundo debate entre los dos primeros candidatos de las principales organizaciones políticas se habla de Europa. Vamos a ver si hay menos política nacional y más visión europeísta, siquiera desde el sustrato ideológico. Y si a una de las partes no le interesa, porque está en sus claves y porque los estrategas aconsejarán que hay que seguir por ahí dadas las tendencias, a ver si la otra sale de ciertos terrenos cenagosos, no entra a ese trapo, defiende la decencia como bandera y expone y explica lo que a la ciudadanía, tan harta de diatribas entre políticos, le importa de verdad.
Quedan unos pocos días para rescatar a buena parte del electorado de su indiferencia. Es el futuro inmediato lo que está en juego, luego se trata de ofrecerle algo novedoso y atractivo que, además, refleje la exigible madurez democrática de quienes están en primera línea y significan la encarnación de medidas que han de condicionar el porvenir en importantes ámbitos de decisión política y económica.
Desde luego, los que albergábamos la ilusión de que se puede hacer política de otra manera, con este panorama descrito a grandes rasgos, andamos un tanto cariacontecidos. Aún así, a pesar de todo, hay que ir a votar. La comodidad y el abstencionismo, la indolencia o la lejanía no favorecen ni casan con Europa ni con la democracia, ¿vale?.
1 comentario:
Me pareció curioso, dentro de la amplitud de partidos políticos que se presentan a las elecciones europeas, encontrar una propuesta (creo que fue en el SAIN, Solidaridad y Autogestión Internacionalista) de reducción de los salarios de los políticos hasta el salario mínimo interprofesional. Al margen de obviedades, demagogias y, simplemente, promesas imposibles, me encantaría poseer una pequeña rendija donde mirar un mundo donde los políticos no llegaran ni a sentirse 'mileuristas'. Resulta evidente que la gracia estaría en comprobar quienes estarían ejerciendo, quienes no estarían (no vamos a decir todos, pero...), y a quien se le echaría de menos???
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