martes, 11 de enero de 2011

CONTRA LA ABSTENCIÓN

Se supone que los teóricos y los estrategas de las organizaciones políticas estarán meditando cómo combatir la abstención, el primer gran enemigo en la cita con las urnas del próximo 22 de mayo. No hay conversación en Canarias sobre las elecciones que deje de señalar la consecuencia directa del desencanto, de la decepción, del hartazgo que produce la evolución de la política en las islas. Demasiado viciada. Las razones que sustancian estas tres circunstancias son múltiples: ocioso detallarlas. Se supone que las direcciones de los partidos lo saben y que en esta ocasión hay que producir reclamos, buenos y directos, para lograr que la gente se motive y acuda a los colegios electorales en esa fecha.
Pero ocurre que el abstencionismo no es bueno. Ni para la sociedad ni para el sistema. Hay que ir a votar, aunque se ane blanco, pero hay que ir a votar. La madurez de una sociedad se mide por muchos factores, entre ellos la respuesta en las jornadas de comicios.
Una autora costarricense, María José Bendaña, señala: "Dado que el abstencionismo es fomentado por múltiples causas como el escepticismo hacia los procesos electorales; la hostilidad hacia la representación partidaria y la falta de credibilidad en la honestidad de la clase política, se constata que no es una cuestión de mera indiferencia". De esta síntesis, se desprende la necesidad de producir un revulsivo en el electorado que, seguramente, aceptará a la política y a los partidos políticos pero no la forma de hacer política que, salvo honrosas excepciones, se viene practicando en las islas.
Es cierto que la gente está cansada de adulteraciones de su voluntad, de censuras sin sentido, de ambiciones desmedidas, de personalismos y de perversiones... Se plantea, cada vez con más claridad, para qué ir a votar si luego hacen con su voto algo distinto, lo emplean a conveniencia. Para colmo, el sistema electoral canario es el que es y sus topes y sus porcentajes merman una proporcionalidad equilibrada y no favorecen el pluralismo representativo.
La propia Bendaña apunta que "conseguir la participación de todo el conglomerado social en capacidad de votar es un ideal que nunca debe perdeser de vista y que debe agotar iniciativas y esfuerzos para perseguirlo".
Entonces, se trata no sólo de una campaña de comunicación institucional que estimule el ánimo de los mayormente desencantados electores sino del papel que corresponde a las organizaciones políticas, a los partidos, en fin, como elementos primordiales que rescaten del ostracismo y del pasotismo, de la indolencia y de la resignación, a cuantos se han planteado abstenerse o se dejen llevar por la marea, tan fácil de agitar, por cierto, en los tiempos que corren. Y no es para ponerse en plan alarmista pero pensemos que hay quienes salen favorecidos de la abstención: desde los antisistema a los nostálgicos del caudillismo y autoritarismo, sin olvidarnos, por cierto, de quienes quieren lanzarse a aventurerismos de fórmulas separatistas.
Votar es un deber cívico, sobre todo para luego criticar o exigir con fundamento. Poco mérito tienen las mayorías absolutas favorecidas por altos índices de abstención. Tampoco se sugiere la obligatoriedad del voto, como ocurre en los ordenamientos de algunos países. La abstención electoral se combate fomentando, desde los propios poderes públicos, la participación generalizada en los asuntos de interés público. El sufragio es el principal modeo de expresión y elemento fundamental para la integración funcional de los ciudadanos, luego hay que cultivarlo y, tal como van las cosas en Canarias, hasta mimarlo.
Lo dicho: votar, ir a votar. En libertad, por la opción que se prefiera. Abstenerse no va a resolver.

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