sábado, 12 de mayo de 2012

ANESTESIADOS


Entre todas las lecturas que se puede hacer de la crisis del agua en varios sectores de la ciudad, hay una que es obligada: la paciencia, cercana a la resignación, que han tenido los vecinos, los directamente afectados. Entre diez y doce días sin una respuesta más o menos fundamentada, entre diez y doce días sufriendo los trastornos, viendo cómo volvían los camiones-cuba -en pleno siglo XXI, en la era de los avances tecnológicos- para paliar la falta de suministro regular, y nadie o muy pocas voces -algunas en redes sociales- sin protestar, sin reclamar una solución, sin preguntarse siquiera ¿hasta cuándo?
Es como si la población estuviera anestesiada, como si el abastecimiento de agua, tan indispensable y tan proclive a quebrantos de todo tipo cuando se interrumpe, se pudiera sobrellevar pacientemente con un  conformista ‘ya vendrá’. Se calcula que unas cinco mil personas se han visto afectadas por una disfunción que tardará en ser reparada y de la que todo el mundo parecía huir, como si no fuera con ellos, como si no se fuera consciente de que estábamos ante un problema de salud pública.
Llama la atención la actitud pasiva y conformista. Para otras cosas, de menor entidad incluso, en otros tiempos, surgían movimientos y algaradas, se disparaban rumores, se acusaba irresponsablemente y hasta se daba lecciones de la materia a solucionar… y esta vez, nada, como un cero al cociente.
Ni siquiera el dolor del bolsillo, el producido por tener que pagar una nueva tasa o ver incrementada determinada tarifa, ha agitado al personal, buena parte del cual es probable que ni siquiera sepa que se está cobrando el importe de un servicio que no se está prestando. ¡Eso sí que es resignación cristiana!
Malo cuando una población, ante un problema de la envergadura que significa la interrupción prolongada del abastecimiento de agua, se encierra y se aguanta. Y ojo: no se está apelando a una revuelta popular, a reacciones airadas o algo por el estilo. Pero cuando tanto pasotismo se advierte ante unas circunstancias como las que concurren, cabe hacerse interrogantes: ¿Qué está pasando? ¿Por qué esa pasividad? ¿A cuenta de qué esos temores? ¿Hay razones para esa inhibición? ¿O, simplemente, falta de liderazgo social?
Lo ocurrido quizá ponga de manifiesto, una vez más, que los portuenses somos muy dados a hablar y poco a hacer, cuando realmente hay que hacer. Así hemos perdido un montón de cosas.
Luego están las variables y los senderos escapistas pero son menos importantes, en nuestra opinión, que esa actitud pasiva e indolente. Claro que hay que tener en cuenta la deuda y los pleitos de la compañía suministradora con el Ayuntamiento, los problemas de mantenimiento de los depósitos y de la red, la falta de iniciativa para urgir soluciones, los recelos de los grupos políticos del gobierno local para cargar con las responsabilidades, los silencios de todos cuantos puedan sentirse mínimamente responsables…, claro que son todos estos hechos y más que sólo dan para constatar, en todo caso, un servicio deficiente y unos condicionantes para gestionar una crisis -de abastecimiento de agua, nada menos- que ha durado más de diez días sin que apenas se escucharan voces de protesta.
Lo dicho: anestesiados. Insólito.

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