lunes, 7 de mayo de 2012

VALORES DE UNA RESPUESTA

Se nos tiene a los periodistas por una casta insolidaria, poco constructiva con nosotros mismos y poco dada a ayudarse entre sí, indiferente e insensible a los problemas de la profesión y escasamente proclive a participar en afanes asociativos. Con lo que ocurre en la redacción, tenemos bastante, suele decirse con frecuencia. Ni por esas con el corporativismo. De ahí la gratificante sorpresa que significó en Santa Cruz de Tenerife la respuesta a la convocatoria de la Federación de Asociaciones de la Prensa (FAPE) del pasado jueves, con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa. Se daba por buena una asistencia entre veinte y treinta personas. Fueron bastante más, unas cuantas decenas más. Clásicos del oficio, veteranos, profesores, personal en activo, licenciados, desempleados y jóvenes de ambos sexos, muchos de ellos desconocidos, pero que abrazaron la profesión o quieren abrirse paso porque sienten la vocación, porque la llevan dentro y porque quizá, con su licenciatura y su reducida experiencia, aún palpando la peor época que nunca imaginaron, creen que aún hay opciones para seguir adelante y consolidar un medio de vida. Ya tienen que ser conscientes, desde luego, que la cosa es más que difícil: acceder a la precariedad, qué tristeza, es ya todo un logro.


Pero el número para reivindicar un periodismo digno no fue solo un estímulo. Flotaba el afán de hacer propios los problemas y de identificarse con la causa, hasta abrazarla, como si fuéramos conscientes de que esto se apaga, de que vamos a perder algo. Estaban las ganas de sentirse útiles desde la colectividad. Y hasta desde el sano y distinto enfoque de cómo organizarse: si desde la asociación profesional que vislumbra un futuro colegio o desde la respetable estructura sindicalista. Si hay voluntad de dialogar y de entenderse, las circunstancias propiciarán una respuesta de futuro más sólida y persuasiva.


Y ese espíritu de periodismo comprometido y doliente apagó por unos momentos, los que duró la concentración seguida de la lectura de un manifiesto para la ocasión, esa lenta agonía de los peces fuera del agua que es el aumento de los profesionales despedidos o el cierre de los medios donde hasta hace nada trabajaba cualquier conocido o donde muchos han labrado su trayectoria. Puede que sea insuficiente, solo un soplo en efecto, pero al menos ha sido una señal para que los poderes y las empresas sepan que hay profesionales capaces, personas de carne y hueso que no se resignan, que quieren mucho este oficio de tinieblas y de insolidaridad y que han superado, incluso, una revolución tecnológica para albergar ahora la esperanza de que no desaparezcan los recursos impresos.


Profesionales que quieren seguir respirando aires de libertad y de pluralismo pues quieren robustecer la cultura democrática en la que se han criado durante más de tres décadas. Su grito no es baladí, en serio: sin periodistas, no hay periodismo. Habrá otra cosa pero no será el oficio serio en el que hay que empeñarse. Y no habrá democracia que, miren por donde, iba a verse amenazada por las carencias de uno de sus soportes esenciales.


La agonía, por un rato, fue menor. La esperanza nos mantiene.



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