Movió ficha Alfredo Pérez Rubalcaba en unas circunstancias
políticas cada vez más complicadas y a pesar de que el entorno presidencial haya
querido minimizar su iniciativa y disminuir el impacto colocando en la agenda
otra entrevista individual de Rajoy con el jefe parlamentario de Convergencia i
Unió (CiU), ha logrado proyectar el propósito de que se visualice una oposición
útil y responsable, nada que ver con la que ejerció el Partido Popular en la
anterior legislatura, ansioso por llegar al poder a costa de lo que fuese. Su
excesivo afán partidista, por cierto, le está costando esa colección de
contradicciones, improvisación y descoordinación que va progresivamente
desgastando, sobre todo, su credibilidad.
De ahí que la
entrevista del pasado viernes en La Moncloa sea algo más que un gesto. La
ciudadanía, entre temerosa, desconcertada, descontenta y harta, ha de
interpretar como un hecho positivo que el presidente del Gobierno y el jefe de
la oposición hablen, dialoguen y acuerden lo que puedan en materias de interés
general. El país lo necesita. Hasta el propio presidente sabe que seguir
fiándolo todo a la mayoría parlamentaria no es una fórmula infalible,
políticamente hablando. Si esas citas, cara a cara, se conducen con lealtad y
lo hablado se refleja luego en la fijación de posturas y la adopción de medidas
consecuentes, se habrá entrado en una senda de normalización política que se
agradece y es de lo más deseable para contribuir a la salida de la crisis que
azota.
Rubalcaba,
avezado cocinero en la oposición después de ducho fraile en tareas
gubernamentales, sabe que “navegar” en Europa requiere oficio y que es mejor
hacerlo remando con apoyos en la misma dirección. Los postulados de Holland,
tras su victoria electoral en Francia, han insuflado ánimos a la
socialdemocracia que, paulatinamente, intenta rearmarse ideológicamente
mientras soporta a duras penas las políticas de austeridad y contención del
gasto público. Y las imposiciones de los mercados. Por eso abogó
inteligentemente por un Protocolo de crecimiento en el ámbito de la Unión
Europea que discurra paralelo al Pacto fiscal, o sea, otras políticas que
impulsen ese crecimiento y las inversiones públicas de modo que, adecuadamente
combinadas, favorezcan la liberación de corsés y tensiones que impiden, entre
otras cosas, y principalmente en nuestro país, aplicar políticas de empleo
activo.
Es un giro
notable en las posiciones conocidas hasta ahora y que deberá plasmarse con
medidas dependientes del Banco Central Europeo encaminadas a destinar
parcialmente la liquidez que reserva a los bancos al flujo de crédito hacia las
empresas.
Ahora se
trata de acudir a Europa con una clara unidad de discurso y de operatividad. La
debilidad de España en el exterior sólo puede verse compensada con una
actuación consensuada entre el Gobierno y el principal bloque de la oposición
que va fraguando así su condición de alternativa. Se trata de asumir programas
e intereses comunes participando de políticas alternativas a las de ajustes
que, según se ha demostrado, no bastan o no sirven para salir de la crisis.
Veamos ahora
cuáles son las fichas que siguen.
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