lunes, 12 de marzo de 2018

LA SOCIALDEMOCRACIA, SIN RUMBO

Los resultados de las últimas elecciones en Italia son la constatación de los sucesivos fracasos de la socialdemocracia en Europa. Sin estrategia ni discurso, muy desnaturalizado, muy desdibujado en el espectro político, el centroizquierda apenas alcanzó el 19 % de los votos. Mateo Renzi, presidente del gubernamental Partido Demócrata (PD), tuvo que dimitir. Tremendo el frenesí electoral de nuestros días: Renzi, 43 años, ya es un ex. Una de las grandes esperanzas alimentó la frustración, la ya larga sombra de la crisis. La socialdemocracia europea vaga sin alma, sin un sustrato ideológico propio, y lejos de fortalecer una alternativa a los esquemas conservadores y liberales, se inhibe con tibieza hasta propiciar que amplios sectores de población, decepcionados o desmotivados, prefieran depositar su confianza en aquéllos, siquiera con la nariz tapada, como es el caso de la corrupción en España. No es de extrañar, pues, que las derechas y los populismos extremistas, incluso las opciones xenófobas, aún fragmentadas, avancen y estudien el reparto del poder.

Hay que ir más allá de los resultados electorales. Importan, claro que sí. Para cualquier programa o cualquier organización política. Pero tal como evoluciona la política, condicionada por múltiples intereses caracterizados por el mercantilismo, es indispensable disponer de contenidos ideológicos sólidos y ganar espacios. La crisis de la socialdemocracia debe ser contemplada entonces con suma preocupación. Después de una etapa de conquistas y de evidente bienestar, la clase trabajadora, sostén de sus bases electorales, pasó a engrosar las clases medias que, naturalmente, se van haciendo más conservadoras. Según el profesor Vicenç Navarro, los dirigentes de algunos partidos se han olvidado del concepto 'clase social', excepto “en su referencia a las siempre presentes clases medias, y dentro de una estructura social que se redefine, limitándose a hablar de ricos, clase media y pobres, o clase alta, media y baja”.

Navarro es rotundo al afirmar que “a mayor cultura socialdemócrata en un país (tal como ocurre en la mayoría de los escandinavos, mayor es la propensión de la población a definirse como miembro de la clase trabajadora. Y por el contrario, a mayor cultura conservadora y/o liberal en un país, mayor es la percepción de que las clases han perdido su valor definitorio, considerándose a la clase media como la clase mayoritaria por antonomasia en aquel país”.

Otro autor, el analista inglés Tony Barber, escribe en Financial Times que la gente no rechaza el proyecto original, fundamentado en los principios del Estado de bienestar, trabajo estable y creciente igualdad, sino la tolerancia, hasta el entreguismo, del socialismo democrático, “ante los peores excesos del capitalismo financiero y la colusión con la derecha para que los menos favorecidos paguen la factura del rescate”.

Será interesante comprobar, en ese sentido, cómo va a funcionar la coalición acordada en Alemania, entre la Unión Cristiano Demócrata (CDU) de Angela Merkel y sus aliados de Bavaria (CSU) y el Partido Socialdemócrata (SPD), de Martin Schulz. Las juventudes de esta organización se opusieron rotundamente pensando más en el alejamiento de la referencias políticas e ideológicas que en el desgaste social y electoral. Dependerá de cómo Schulz y los suyos timoneen la situación, partiendo de soportes pragmáticos que, a la larga, resulten perjudiciales.

Las derechas, con esta crisis del modelo socialdemócrata, están encantadas, desde luego.


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