viernes, 9 de noviembre de 2018

ORTOGRAFÍA


Un 9,6 % de las plazas de profesor de enseñanza secundaria quedó sin cubrir el pasado mes de julio tras las pruebas de oposición celebradas en nuestro país. Se reconoce la deficiente ortografía de los graduados como una de las causas que influyeron en las decisiones finales. A las pruebas, convocadas junto a las de formación profesional o escuelas de idiomas, se presentaron unas doscientas mil personas. En total, mil novecientas ochenta y cuatro plazas sin cubrir.
            Se reabre, pues, un debate que ya jaleó Gabriel García Márquez desde que dijo que había que jubilar a la ortografía. Todo da a entender que seguimos escribiendo con muchas faltas en el conjunto de las normas de la escritura. Todos, más o menos, tenemos historias de maestros y profesores inflexibles e intolerantes con un yerro a la hora de redactar: desde rebajar calificaciones a suspender exámenes. En algunos casos, hasta traspasaron la frontera de lo anecdótico. Más recientemente, con la prodigalidad en las redes sociales, el asunto se ha desbordado: plétora de errores, algunos de ellos tan notorios, ostensibles y garrafales que el propósito corrector, hecho seguramente con la mejor buena voluntad, ha terminado siendo denostado por los propios infractores y allegados coyunturales que no ocultan su desagrado por ser advertidos en público de la infracción ortográfica, tal es así que dan lugar a bloqueos, cortes o reacciones de intemperancia próximas a la enemistad. A nadie le gusta ser corregidos o quedar en evidencia ante un error que puede ser de bulto, pero ellos se lo pierden: el riesgo de reincidir salta a la vista y entonces la contumacia será menos perdonable.
            Llama la atención, desde luego, que en el actual volumen educativo nacional se produzca este raro fenómeno que llega a los mismísimos niveles universitarios. En efecto, indicadores como el de un 41 % de jóvenes comprendidos entre 25 y 34 años tiene estudios universitarios (frente a un 43 % en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), no se corresponden con resultados tangibles como los de las oposiciones que comentamos. ¿Qué por qué se escribe tan mal? Posiblemente, por el déficit de lectura que incide, desde luego, en una mala capacidad expresiva y en una peor escritura. Pero también influyen, en opinión de expertos y lingüistas, las antiguas y nuevas tecnologías: desde la televisión y los videojuegos al uso desmesurado de móviles y tabletas. En este último contexto -aunque tampoco escapan algunos patinazos en programas y locutores televisivos- ya desbordan las aplicaciones de mensajería instantánea y las redes sociales a las que antes aludimos. Eso de las abreviaturas o dos consonantes, “por economía de lenguaje”, no deja de ser una majadería.
            El problema se agrava, además, con errores de puntuación y acentuación que, inevitablemente, conducen a lecturas equivocadas y a redacciones que, a duras penas, siguen el itinerario sintáctico adecuado. Faltan prácticas de redacción e incluso de dictados, un ejercicio, por cierto, que intentan recuperar en Francia. El escritor Julio Llamazares llega a hablar de “prestigio social de la buena expresión y la buena escritura”, en alusión a lo dicho sobre las redes sociales, “pues no todo se consigue con más clases de lengua”. El propio Llamazares sentencia: “Escribir y hablar bien no es un capricho: sirve para expresar mejor tus ideas”.

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