Noche de plácemes en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC) para despedir marzo, para imponer insignias a nuevos asociados y para disfrutar de un acto granado, fluido y pletórico de afecto. Se lució Lhorsa Producciones (Eduardo Zalba), con unos contenidos atractivos, de los que enganchan a la gente y que reflejan, en producciones audiovisuales y actuaciones musicales en directo, un quehacer muy meritorio con recursos limitados. Pero con buena voluntad se puede lograr ese objetivo y mantener encendida la llama de la cultura y del amor por la obra bien hecha. Lo ha entendido muy bien y se esmera en ello el doctor Javier González Pérez, presidente.
Primero, los nuevos socios que recibieron la insignia de la entidad: Patrizia Guardarelli, Damián Marrero Real, Rafael Miranda Sánchez y Philippo Pasalacqua. La televisiva Imma Donate ofició de presentadora.
Después, un cálido reconocimiento, primero, a Octóvila Hernández Padrón, funcionaria municipal, primera secretaria del IEHC, siempre atenta, siempre diligente para gerenciar el papeleo concerniente a las actividades de la entidad, desde los tiempos de Isidoro Luz y Antonio Ruiz Álvarez. Octóvila fue testigo de muchos acontecimientos y una eficaz notaria de las actividades del Instituto, que cumple setenta y dos primaveras de efervescencia cultural, artística a intelectual. Un recorrido gráfico de su dedicación, de las décadas en que su ocupación sirvió como soporte de un Puerto de la Cruz que evolucionaba sin renunciar a la creatividad cultural. Los aplausos que se llevó sonaron a gratitud, desde luego.
Luego, a Nicolás González Lemus, uno de los grandes valedores del Instituto, siempre con inquietudes, siempre predispuesto a sumergirse en las profundidades de la historia para acercarnos ese gran bagaje de lo mayormente desconocido, de lo vivido sin que haya cobrado trascendencia. Nicolás fue un proactivo dirigente del IEHC, con una sustantiva aportación bibliográfica de hechos que marcaron su existencia y de actividades como el turismo, como la juventud en su Orotava natal (Villa de arriba) y los años en que se empleó a fondo para la consecución de libertades democráticas. Y como la visita de los míticos Beatles (sin John Lennon) al Puerto de la Cruz en la primera mitad de la década de los sesenta del pasado siglo. Había sobrados motivos para encender la llama de la nostalgia. Es que con Nicolás, en verdad, nunca se apagó.
Y el broche musical lo puso el realejero Javier Linares, con voz armoniosa, capaz de multiplicar registros en cualquiera de sus interpretaciones.
En fin, una noche nostálgica, entrañable y emotiva. Lo dicho, una noche de plácemes.
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