Pasan los meses, el aparcamiento sigue cerrado y poco o nada concreto se sabe sobre una posible solución para el subsuelo de la plaza de Europa, junto al antiguo embarcadero del Penitente, en el acantilado bajo del litoral del Puerto de la Cruz. Algunas filtraciones en la estructura de la edificación fueron la voz de alarma que aconsejaron el cierre de la misma, hecho que conllevó la práctica supresión de un dotacional de aparcamientos públicos cuya explotación fue asignada, en su día, a la empresa pública ‘Pamarsa’, de la que nunca más se supo, ni siquiera si llegó a materializarse su desaparición o si subsisten algunos rasgos de su objeto social tantas veces modificado.
Desde hace mucho tiempo, en efecto, es otra estampa languideciente de la geografía urbana portuense. Un espacio inservible, pese a la importancia que teóricamente entraña, dada su ubicación céntrica, la escasez de plazas para aparcar en la ciudad y el crecimiento constante del parque automovilístico. En su día, fue considerado el complemento ideal para el proyecto del arquitecto orotavense Luis García Mesa: disponer de un generoso espacio público abierto, dotar de personalidad propia a un sector crucial del casco con una arteria viaria que, a su vez, lo conecta con el corazón turístico de la ciudad. La denominación, a propósito, se debe al recordado letrado portuense Manuel López García. Pero el recinto va perdiendo: ni siquiera es apto para albergar -en la planta superior ajardinada, la plaza propiamente dicha- espectáculos o reuniones lúdicas, muy criticadas por cierto en el mandato anterior y bastante menos en el presente, pese a que el ritmo y la abundancia se mantienen. Pero la atonía sociológica, ese pasotismo que peligrosamente se va apoderando de los cuerpos sociales, sigue ‘in crescendo’: lo que hay.
El caso es que el aparcamiento sigue cerrado. No hay más noticias pues de aquella versión consistente en que el gobierno local había entablado negociaciones con una empresa pública de Las Palmas de Gran Canaria, especializada en párquines públicos, para reconstruir o reacondicionar el recinto, a cambio de una concesión administrativa, nunca más se supo, ni siquiera cuál fue la suerte final de las conversaciones. Igual se mantienen inacabadas o aún discuten tiempos, porcentajes y puede que hasta tarifas.
Alguna causa tiene que haber pero no se sabe en concreto. Sobra decir que es una de las incógnitas merecedora siquiera de alguna revelación de intenciones por parte de algún responsable municipal, aún cuando si se produce, de inmediato se pase a la página de incredulidad, dado el nivel de lentitud y parsimonia que caracteriza la ejecución de actuaciones públicas en la ciudad turística, uno de cuyos debates populares, aún predominante, es precisamente el de las dificultades para aparcar, lo que conlleva, en la medida que la gente lo interiorice, deserciones y desvíos, otras preferencias, en suma. Hay que armarse de valor, en cualquier caso: si no hay proyecto, encargarlo y aprobarlo; luego, si no hay adjudicación directa, convocar concurso; después, aprobar pliegos de condiciones y precios públicos… Si no se queda algún otro acto administrativo por el camino. Que para eso, en el Puerto, hay artistas.
Total, hasta que los primeros coches puedan aparcar, unos cuantos meses más.
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