¿Qué fue de las asociaciones de vecinos? Algunos conservamos buenas y gratificantes experiencias relativas a la participación activa en aquellos años postreros del franquismo y los primeros de la democracia. Se impulsó y se canalizaba a través de dichas entidades, cuyos promotores y dirigentes -muchos cogidos al lazo- estaban dispuestos a aportar, sobre todo, su voluntarismo. Recuperaron y remodelaron locales sociales, sabedores de que sin su dotación, había poco que hacer. Era el primer gran objetivo.
Lo cierto es que las asociaciones (AA.VV.) adquirieron un papel
fundamental en la acción política y social comunitaria, encabezando la
reivindicación de mejoras en los barrios de los municipios y de las ciudades,
daba igual su nivel de población. En la actualidad, estas entidades han perdido
parte de su fuerza, coincidiendo con una crisis del modelo tradicional de
participación, muy bien descrito por el sociólogo y profesor Tomás Alberich,
quien publicó, por cierto, unas memorias muy estimables de la España
predemocrática en torno a los ejes del amor, la política y la vida. Alberich
coordina una investigación, focalizada en una zona de Palma (Islas Baleares)
priorizada por los Servicios Sociales para implementar un proyecto de
intervención comunitaria. Desde métodos cualitativos como el grupo de discusión
y la entrevista semiestructurada, se pretende identificar el estado en el que
se encuentran actualmente las asociaciones vecinales en ese territorio, conocer
su rol social, si existe tejido asociativo, el grado con el que se encuentran
integradas en éste y si mantienen un enfoque comunitario tradicional. Los
resultados muestran la visión de estas entidades sobre su papel en la
comunidad, la actitud de la ciudadanía, su participación y la relación de las AA.VV.
con las instituciones y otros agentes comunitarios. Aparecen diferentes grados
de integración en el nuevo contexto comunitario; en el que la diversidad de
colectivos, intereses y formas de participación pueden ser una oportunidad para
recuperar su protagonismo o, por el contrario, debilitar más aún su papel,
debido a la incapacidad de adaptarse a los cambios actuales.
De modo que las asociaciones, en general, se han quedado sin
fuelle… y sin ideas. Su capacidad de gestión se ha reducido considerablemente,
sus recursos bordean la miseria y sus funciones están capitidisminuidas. En su
día, se habló en muchos municipios del
movimiento vecinal, llamado a seguir un curso reivindicativo, la estela de
aquellas inquietudes y actividades que en su momento reflejaron un cierto
nervio social, para calentar las orejas a los gobiernos locales y a otras
instituciones que pudieran servir para desenvolverse en el tejido social. Pero
la llama se iba apagando: algunos dirigentes, convertidos en concejales, se
desentendieron y no volvieron, el funcionamiento democrático dejó mucho que
desear y los locales se despoblaron pues para eso se abrieron bares y espacios
de consumo.
Según hemos leído, aunque eso no consuela, las asociaciones de
vecinos en Japón también han entrado en crisis. Razón: seguramente la misma que
se da aquí: cada vez se une menos gente.
La membresía ha disminuido en todo el país (alrededor del 72% en
2021, solo el 41% en Tokio). Mucha gente joven y los residentes de apartamentos
no se unen porque la asociación de administración de su edificio ya cubre las
necesidades diarias. Cuando las asociaciones colapsan -porque ese, tristemente, es el
destino- los problemas siguen. Por ejemplo, después de que una se disolvió en Kanagawa
y otra en Fujisawa, los sitios de recolección de basura desaparecieron, dejando
a los residentes luchando por deshacerse de la basura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario