La empanada de Coalición Canaria, antes y después de su congreso, está alcanzando niveles de incertidumbre como no se conocen en su joven historia de organización política. Precisamente, porque esa historia está directamente vinculada al ejercicio del poder político, la descomposición, ahora mismo, no es mayor.
En la noche electoral de mayo del pasado año, el Paulino Rivero derrotado pero con su seguro triunfador presidencial garantizado desde antes de comenzar la campaña, felicitaba a Mariano Rajoy, “el ganador de estas elecciones”, decía sin reparar en que ni era cierta la afirmación ni el presidente popular se había presentado a alcalde de su pueblo. Rivero, ahora, entre la frustración y el dolor, es decir, sin palabras de congratulación, ha seguido correspondiendo a Rajoy después de que éste, hasta en un par de ocasiones y con el fantasma de la ruptura en Navarra sobrevolando las borrascas archipielágicas, haya advertido de lo que son veleidades y devaneos independentistas de su socio de gobierno, consagrados ni más ni menos que en la primera y principal de las citas de una organización política democrática, su congreso.
Terminar éste y rebrotar la confusión fue todo uno. A desalambrar, o sea, a matizar, a puntualizar, a refutar… Apenas habían transcurrido cuarenta y ocho horas, el barullo era de tal calibre que algunos cargos públicos de CC se pasaban y transmitían la pregunta: ¿Cómo terminará todo esto? La cuestión revela que en un partido político acostumbrado a moverse en el filo de la navaja y a sobrellevar las situaciones más insospechadas los hechos empiezan a desbordar y las respuestas ven sensiblemente mermada la credibilidad.
El problema quedó al desnudo con meridiana claridad: caminar tanto tiempo sin sustrato ni sustento ideológico, sólo el ánimo acomodaticio ante el poder que siempre toca -al menos hasta que se modifique el sistema electoral-, en algún punto habría de concluir.
Ahí surgen las contradicciones: que si vuelta a los insularismos, que si las guerras de familias, que si se evaporan algunos apoyos empresariales. Hasta la factura de cierto apoyo periodístico en esa aventura filoindependentista, de menos sustrato todavía, empieza a ser cuestionada.
Así, Claudina Morales tuvo que estrenarse interpretando una gaviota en Madrid, donde Rajoy remarcaba su discrepancia, el vicepresidente Soria recibía instrucciones -que no se rompa el pacto, por favor que no se rompa- y en algún foro mediático hacían mofa y befa de las pretensiones independentistas y bautizaban -posiblemente porque nadie sopló a los guionistas lo de la “guanchancha, que les hubiera quedado para el diez- a la nonata policía autonómica como los “canaribinieri”.
Sensu contrario, un artículo muy serio y muy sólido de Antonio San José en elplural.com, señalando que “quince años después de su constitución, Coalición Canaria desbarra su perfil nacionalista en una sociedad en la que una inmensa mayoría sienten el legítimo orgullo de ser ciudadanos canarios y españoles”. El broche lo pone con el ejemplo de Islandia. Hay que contarlo, Antonio, sí, hay que contarlo.
Y en los postres del ‘totum revolutum’, Ricardo Melchior advirtiendo con marcharse y Paulino Rivero negando y apelando a la Constitución en un intento, ya desesperado, de hacerse con las riendas de un potro desbocado. Que galopa, por cierto, sobre una región que encabeza casi todos los registros negativos.
¿Hay quien dé más?
lunes, 3 de noviembre de 2008
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