No es que haya mala relación pero esto de los intangibles y de las abstracciones se está poniendo cada vez más complicado. Al final, se convierten en un factor recurrente, sirven igual para un roto que para un descosido y permiten salir de algún trance puede que hasta de forma elegante. Basta estrujar un poco la imaginación para encontrar una respuesta 'ad hoc' y, si apuran, hasta persuasiva, difícil de objetar, de esas que terminan contentando a todo el mundo, incluso a los que, un tanto incrédulos, fruncen el ceño cuando se enteran.
El cielo es la prueba más reciente. Hay que situar los antecedentes en el inefable cura Antonio María Hernández -a quien deseamos, por cierto, un pronto restablecimiento-, el párroco de Punta Brava-Las Dehesas, metido a protector de ancianos desvalidos y de mayores que conviven su última curva en alguno de los establecimientos que ha ido construyendo a base de una solidaridad inagotable, de ayudas públicas, de recalificaciones y operaciones de compraventa, de aportaciones individuales que son respuesta a su tesón, de endeudamientos suponemos que controlados y de unos cuantos contratiempos ya sea en forma de paralización de obras, de licencias pendientes, de dificultades laborales, de lotería devuelta, de negociaciones que se alargan o bloquean y de disgustos que van quebrantando.
Pero como él es inasequible al desaliento, muchos de esos imponderables ha querido sortearlos, en su día, mediante reclamos como la venta en parcelas del mismísimo cielo; bueno, de pedacitos o trocitos -valgan los diminutivos- cuya adquisición de boletos era la caritativa contribución a la causa. La fórmula, por original e insólita, tuvo su repercusión mediática y la respuesta de la gente debió ir siempre acompañada de alguna sonrisa: “Ya tengo mi pedazo de cielo”, y no era letra de bolero.
Y hace unos días hemos sabido que del cielo de La Palma va a colgar la medalla de oro de Canarias, otorgada por el Gobierno de la comunidad a propuesta de su presidente. No se sabe cuáles son los límites del firmamento palmero, donde empieza y donde acaba, ni cómo o en qué unidades físicas se calcula su superficie, pero, gracias a esa decisión, hemos sabido que hay un cielo palmero, lo que, en buena lógica, permite deducir que las demás islas también lo tienen, o sea, que lo de una sobre el mismo mar es también válido, ya puestos, bajo el mismo cielo. “Así en el cielo como en la tierra”, con permiso de José Luis Cuerda y Juan Luis Galiardo, director y protagonista de aquella célebre película.
Se supone que la decisión obedece a una cuestión de compensación. El cielo palmero se había quedado sin supertelescopio y como tal hecho se une a las consecuencias de las inclemencias meteorológicas y de los desastres que han hecho hablar de un mal fario en la isla, pues qué menos que un estímulo moral como esa presea dorada que es una suerte de vindicación. Aunque es inevitable que también suene a consolación, tal como se ha pulsado en algunos foros de opinión de la Bonita. Falta saber si el acto de imposición se hará por los cauces convencionales y en ese caso quién bajará del cielo palmero a recogerla.
De modo que con el cielo, por estos pagos, se hacen estas cosas: desde venderlo a trozos a condecorarlo. Como recurso y como reafirmación del espíritu 'canariense'. Una vez vendieron el viento y no pasó nada. Son las ocurrencias que también nos distinguen para hacer bueno, en vísperas de las celebraciones de la Comunidad Autónoma, otro título cinematográfico: “Días del cielo”, de Terrence Malick. Quede para cada cual la apreciación que sugiera esta determinación del ejecutivo autonómico a la hora de conceder sus distinciones, sin que el tono del presente texto deba ser interpretado siquiera como una aproximación de mofa y befa, pero esto de andarse con los intangibles genéricos, celestiales, globales y particularizados a la vez, es difícil de sobrellevar.
Que nadie se moleste, pues. No está la cosa para más amarguras.
El cielo es la prueba más reciente. Hay que situar los antecedentes en el inefable cura Antonio María Hernández -a quien deseamos, por cierto, un pronto restablecimiento-, el párroco de Punta Brava-Las Dehesas, metido a protector de ancianos desvalidos y de mayores que conviven su última curva en alguno de los establecimientos que ha ido construyendo a base de una solidaridad inagotable, de ayudas públicas, de recalificaciones y operaciones de compraventa, de aportaciones individuales que son respuesta a su tesón, de endeudamientos suponemos que controlados y de unos cuantos contratiempos ya sea en forma de paralización de obras, de licencias pendientes, de dificultades laborales, de lotería devuelta, de negociaciones que se alargan o bloquean y de disgustos que van quebrantando.
Pero como él es inasequible al desaliento, muchos de esos imponderables ha querido sortearlos, en su día, mediante reclamos como la venta en parcelas del mismísimo cielo; bueno, de pedacitos o trocitos -valgan los diminutivos- cuya adquisición de boletos era la caritativa contribución a la causa. La fórmula, por original e insólita, tuvo su repercusión mediática y la respuesta de la gente debió ir siempre acompañada de alguna sonrisa: “Ya tengo mi pedazo de cielo”, y no era letra de bolero.
Y hace unos días hemos sabido que del cielo de La Palma va a colgar la medalla de oro de Canarias, otorgada por el Gobierno de la comunidad a propuesta de su presidente. No se sabe cuáles son los límites del firmamento palmero, donde empieza y donde acaba, ni cómo o en qué unidades físicas se calcula su superficie, pero, gracias a esa decisión, hemos sabido que hay un cielo palmero, lo que, en buena lógica, permite deducir que las demás islas también lo tienen, o sea, que lo de una sobre el mismo mar es también válido, ya puestos, bajo el mismo cielo. “Así en el cielo como en la tierra”, con permiso de José Luis Cuerda y Juan Luis Galiardo, director y protagonista de aquella célebre película.
Se supone que la decisión obedece a una cuestión de compensación. El cielo palmero se había quedado sin supertelescopio y como tal hecho se une a las consecuencias de las inclemencias meteorológicas y de los desastres que han hecho hablar de un mal fario en la isla, pues qué menos que un estímulo moral como esa presea dorada que es una suerte de vindicación. Aunque es inevitable que también suene a consolación, tal como se ha pulsado en algunos foros de opinión de la Bonita. Falta saber si el acto de imposición se hará por los cauces convencionales y en ese caso quién bajará del cielo palmero a recogerla.
De modo que con el cielo, por estos pagos, se hacen estas cosas: desde venderlo a trozos a condecorarlo. Como recurso y como reafirmación del espíritu 'canariense'. Una vez vendieron el viento y no pasó nada. Son las ocurrencias que también nos distinguen para hacer bueno, en vísperas de las celebraciones de la Comunidad Autónoma, otro título cinematográfico: “Días del cielo”, de Terrence Malick. Quede para cada cual la apreciación que sugiera esta determinación del ejecutivo autonómico a la hora de conceder sus distinciones, sin que el tono del presente texto deba ser interpretado siquiera como una aproximación de mofa y befa, pero esto de andarse con los intangibles genéricos, celestiales, globales y particularizados a la vez, es difícil de sobrellevar.
Que nadie se moleste, pues. No está la cosa para más amarguras.
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