Encuestas por doquier. Y en pleno agosto. ¡Quién lo iba a decir! Entre la proximidad electoral y la necesidad de contar con elementos supuestamente fiables para diseñar alguna estrategia o erosionar a los adversarios, la fiebre de los sondeos de opinión ha subido grados y ha animado la estación, hasta ahora poco apta para los análisis derivados de los registros. Es como si se hubieran empeñado en hacer efectiva aquella afirmación de sir Winston Churchill. “Sólo me creo las estadísticas que yo manipulo”.
Alguna de esas encuestas ha sido prácticamente transmitida en directo, como la que propició para muchos el descubrimiento en una noria televisiva de Tomás Gómez, secretario general de los socialistas madrileños, aspirante a ganar unas elecciones internas y poder optar a la presidencia de la Comunidad de Madrid.
Otra, más cercana y que se supone elaborada y procesada con más detenimiento, ha servido para calibrar los valores (?) de la política canaria representados en el Gobierno y en la oposición parlamentaria. Es la del Consejo Económico Social de Canarias (CES). Son los resultados los que cuestionan esa consideración: tanto el ejecutivo como los socialistas que fiscalizan suspenden, no merecen la aprobación de los ciudadanos consultados. Las notas son bajísimas, además: un 3,22 para la alianza gubernamental (CC+PP) y un 3,05 para la representación del PSC-PSOE.
Independientemente del desglose y de las consideraciones pormenorizadas que la consulta merezca a las partes como otro elemento a tener en cuenta en las respectivas estrategias electorales, tales resultados, después de las playas y el descanso reparador, deben alimentar en el seno de aquéllas una seria reflexión sobre cómo las está viendo la ciudadanía. La sociedad canaria tiene de su representación política una mala, una muy baja consideración. Se ha cansado de inacción, de mediocridad, de problemas que se eternizan, de palabrería, de vicios, de reiteraciones, de incumplimientos sistemáticos, de escándalos, de impunidad…
Se ha cansado tanto -puede que hasta de sí misma- que no le gusta cómo el gobierno de coyuntura gestiona los recursos públicos y ejecuta las políticas que supuestamente obedecen a unos programas y a un discurso de investidura. Pero tampoco cómo se las maneja la oposición, castigada seguramente porque cuando el escepticismo se contagia no deja espacio siquiera para prefigurar o valorar una alternativa. Ni siquiera el premio de consolación, ese de ser el partido preferido (PSC-PSOE) por la población, sirve de mucho.
Porque ese es el problema: la desconfianza y la incredulidad que van creciendo y se van consolidando para decirnos que no hay futuro o que éste es de color hormiga. No es fatalismo: es la realidad del territorio diverso y fragmentado donde las tenazas de la depresión siguen estrechando y donde los avances sociales son imperceptibles. Donde no se vislumbran alternativas al monocultivo del sistema productivo y donde los datos de formación son progresivamente inquietantes. Donde la clase política dice poco y otros agentes sociales, menos.
No es de extrañar pues que en la misma encuesta, los porcentajes de atención por la política sean reveladores: el 49,5 tiene poco interés y el 32,3 un interés medio. Es aquí dónde está el núcleo de análisis para los partidos cuya actuación ha sido desaprobada y valorada por la población de forma tan preocupante. Que no digan que ahora, a pocos meses efectivos de una nueva consulta electoral, esta materia no toca o que está reservada a los teóricos. El verdadero compromiso es cómo superar, desde dentro, ese escepticismo.
Alguna de esas encuestas ha sido prácticamente transmitida en directo, como la que propició para muchos el descubrimiento en una noria televisiva de Tomás Gómez, secretario general de los socialistas madrileños, aspirante a ganar unas elecciones internas y poder optar a la presidencia de la Comunidad de Madrid.
Otra, más cercana y que se supone elaborada y procesada con más detenimiento, ha servido para calibrar los valores (?) de la política canaria representados en el Gobierno y en la oposición parlamentaria. Es la del Consejo Económico Social de Canarias (CES). Son los resultados los que cuestionan esa consideración: tanto el ejecutivo como los socialistas que fiscalizan suspenden, no merecen la aprobación de los ciudadanos consultados. Las notas son bajísimas, además: un 3,22 para la alianza gubernamental (CC+PP) y un 3,05 para la representación del PSC-PSOE.
Independientemente del desglose y de las consideraciones pormenorizadas que la consulta merezca a las partes como otro elemento a tener en cuenta en las respectivas estrategias electorales, tales resultados, después de las playas y el descanso reparador, deben alimentar en el seno de aquéllas una seria reflexión sobre cómo las está viendo la ciudadanía. La sociedad canaria tiene de su representación política una mala, una muy baja consideración. Se ha cansado de inacción, de mediocridad, de problemas que se eternizan, de palabrería, de vicios, de reiteraciones, de incumplimientos sistemáticos, de escándalos, de impunidad…
Se ha cansado tanto -puede que hasta de sí misma- que no le gusta cómo el gobierno de coyuntura gestiona los recursos públicos y ejecuta las políticas que supuestamente obedecen a unos programas y a un discurso de investidura. Pero tampoco cómo se las maneja la oposición, castigada seguramente porque cuando el escepticismo se contagia no deja espacio siquiera para prefigurar o valorar una alternativa. Ni siquiera el premio de consolación, ese de ser el partido preferido (PSC-PSOE) por la población, sirve de mucho.
Porque ese es el problema: la desconfianza y la incredulidad que van creciendo y se van consolidando para decirnos que no hay futuro o que éste es de color hormiga. No es fatalismo: es la realidad del territorio diverso y fragmentado donde las tenazas de la depresión siguen estrechando y donde los avances sociales son imperceptibles. Donde no se vislumbran alternativas al monocultivo del sistema productivo y donde los datos de formación son progresivamente inquietantes. Donde la clase política dice poco y otros agentes sociales, menos.
No es de extrañar pues que en la misma encuesta, los porcentajes de atención por la política sean reveladores: el 49,5 tiene poco interés y el 32,3 un interés medio. Es aquí dónde está el núcleo de análisis para los partidos cuya actuación ha sido desaprobada y valorada por la población de forma tan preocupante. Que no digan que ahora, a pocos meses efectivos de una nueva consulta electoral, esta materia no toca o que está reservada a los teóricos. El verdadero compromiso es cómo superar, desde dentro, ese escepticismo.
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