Un dirigente político con ideas claras, que no se descompone ante las preguntas capciosas y que no cede a las provocaciones. Un cargo público avalado por sus victorias en elecciones internas, seguidas de la inteligencia y la generosidad suficientes como para saber integrar a quienes fueron sus adversarios. Un municipalista curtido en la escuela de lo local, donde se entiende muy bien, por proximidad, los problemas de los ciudadanos.
Para muchos ha sido un descubrimiento el Tomás Gómez que vimos en La Noria (Tele 5, sábado 21), el aspirante a ganar en su partido la candidatura a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Sereno, firme, sosegado, equilibrado, luciendo juego limpio: ni una palabra de reprobación a su rival ni un reproche al secretario general y presidente del Gobierno. Por todo eso no gustó al derechío periodístico que esperaba algo de ‘sangría’ política.
Pero es que, además de las formas, Gómez fue persuasivo. Manejó con soltura un discurso en el que había respuestas concretas para las demandas que le formulaban. Así, no dijo una sola autovía madrileña financiada por el Gobierno de la nación, sino unas cuantas. Así, precisó que lejos de sentirse asfixiada la Comunidad por este mismo ejecutivo, se había incrementado la aportación que había hecho el de Aznar.
El secretario general de los socialistas madrileños demostró, además, que dispone de programa y de alternativas. Las fue desmenuzando. Eso fue lo que más disgustó, posiblemente, a sus detractores, los que creían adivinar tibieza o resignación mientras sus esfuerzos para que exhibiera tintes de enfrentamiento con el aparato (Ferraz) y con la propia presidencia del Gobierno. Hechos claros: hasta que los más ricos pudieran acceder a sistema de sanidad pública porque éste inspira garantías y reúne calidad suficiente. O reducir el número de fallecimientos por contaminación medioamabiental. O fortalecer el dotacional de guarderías infantiles. O transparentar la vida pública. O crear un impuesto para las enormes ganancias de los bancos.
No sólo estuvo correcto en las formas Tomás Gómez. También reveló su condición de corredor de fondo, con una visión de la política muy propia de un hombre de su generación que respeta el pasado la experiencia de los demás. Alguien que apela al compromiso ético y al espíritu cívico para intentar demostrar que hay que ser coherente. Alguien que no cree en las improvisaciones ni en los golpes de efecto sino en el trabajo colectivo y continuado que responda a un proyecto común con sus propias señas de identidad y muy pegado a las aspiraciones populares.
Para muchos ha sido un descubrimiento el Tomás Gómez que vimos en La Noria (Tele 5, sábado 21), el aspirante a ganar en su partido la candidatura a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Sereno, firme, sosegado, equilibrado, luciendo juego limpio: ni una palabra de reprobación a su rival ni un reproche al secretario general y presidente del Gobierno. Por todo eso no gustó al derechío periodístico que esperaba algo de ‘sangría’ política.
Pero es que, además de las formas, Gómez fue persuasivo. Manejó con soltura un discurso en el que había respuestas concretas para las demandas que le formulaban. Así, no dijo una sola autovía madrileña financiada por el Gobierno de la nación, sino unas cuantas. Así, precisó que lejos de sentirse asfixiada la Comunidad por este mismo ejecutivo, se había incrementado la aportación que había hecho el de Aznar.
El secretario general de los socialistas madrileños demostró, además, que dispone de programa y de alternativas. Las fue desmenuzando. Eso fue lo que más disgustó, posiblemente, a sus detractores, los que creían adivinar tibieza o resignación mientras sus esfuerzos para que exhibiera tintes de enfrentamiento con el aparato (Ferraz) y con la propia presidencia del Gobierno. Hechos claros: hasta que los más ricos pudieran acceder a sistema de sanidad pública porque éste inspira garantías y reúne calidad suficiente. O reducir el número de fallecimientos por contaminación medioamabiental. O fortalecer el dotacional de guarderías infantiles. O transparentar la vida pública. O crear un impuesto para las enormes ganancias de los bancos.
No sólo estuvo correcto en las formas Tomás Gómez. También reveló su condición de corredor de fondo, con una visión de la política muy propia de un hombre de su generación que respeta el pasado la experiencia de los demás. Alguien que apela al compromiso ético y al espíritu cívico para intentar demostrar que hay que ser coherente. Alguien que no cree en las improvisaciones ni en los golpes de efecto sino en el trabajo colectivo y continuado que responda a un proyecto común con sus propias señas de identidad y muy pegado a las aspiraciones populares.
Cumplió Gómez hasta superar con creces la prueba. Su sonrisa le favorece y su dialéctica acompaña. Podrá ganar o no, ya se verá. Si lo hace y enfrenta a Esperanza Aguirre, el duelo será interesantísimo. De momento, por lo que se vio en La Noria, los renglones no van torcidos. Pero no por cierta valentía atribuida sino porque hay razones de fondo para persuadir.
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