miércoles, 11 de agosto de 2010

SALUD, ELECCIONES INTERNAS

Escenario relativamente nuevo en el PSOE tras la reunión entre el secretario general, Rodríguez Zapatero, y el primer responsable político de los socialistas madrileños, Tomás Gómez, a cuenta de la candidatura a la presidencia de la Comunidad de Madrid. El fondo político es otra cosa, se presta a muchas lecturas y, desde ese momento hasta la materialización de la suerte democrática convenida y aceptada por las partes, se pone a prueba la madurez de la organización y de algunas de sus figuras destacadas. Las consecuencias, imprevisibles; por los antecedentes y por los riesgos de debilitamiento propio que favorecen, sin duda, al adversario.

La suerte democrática es la de unas elecciones internas, un procedimiento estatutario, reglado y factible. Para una organización política que presume de vez en cuando de los militantes como su mejor activo, los órganos de dirección están obligados a propiciar oportunidades y a fomentar el funcionamiento democrático tal como también lo consagra la Constitución. Se trata de facilitar la participación y acentuar el pluralismo, factores que, de cumplirse y llevar a la práctica, aumentarán sin duda la credibilidad del procedimiento.

Alguna experiencia personal tuvimos en el año 1999. Y luego seguimos muy de cerca y activamente la registrada cuando Josep Borrell y Joaquín Almunia se disputaron la candidatura a la presidencia del Gobierno, sin que la cohabitación o la bicefalia posterior fueran un modelo de éxito político. Al contrario: fueron meses de desconcierto, agravado por otros acontecimientos que hicieron fruncir el ceño incluso a los defensores de la fórmula y contribuyeron a la consolidación de la derecha en su pleno reestreno gubernamental.

Esgrimen los detractores que en una contienda electoral a dos hay mucho de personalismo y que los entornos o los equipos de apoyo hacen mucho daño a la hora de defender a su candidato, con métodos poco edificantes. Y que las heridas tardan en suturar, en algún caso quedan abiertas hasta producir males mayores. Lo natural sería cerrar filas, tener generosidad, apoyar todos a una al vencedor y fortalecer la candidatura. Pero las secuelas, por mal talante, por nula voluntad, por inmadurez o por las miserias y las envidias humanas pueden tener un signo contrario. Sólo la sensatez, esa madurez a la que antes apelamos, sirven en esos trances.

Pero los partidos políticos no pueden ni deben refugiarse en el inmovilismo, por lo que unos comicios internos suponen aire fresco, una motivación añadida para los militantes. Son un lance que, convenientemente preparado y desarrollado con normalidad, sobre el papel, no hay que temer, independientemente de otras razones que asistan a una dirección para fundamentar sus estrategias electorales, como por ejemplo, disponer de sondeos o estudios de opinión que sugieran claras preferencias.
Esas razones hay que respetarlas y tenerlas presentes.
Fijar prevalencias es lo delicado y combinarlas, un cóctel imposible o de muiy difícil acierto.

Es lo que parece suceder en Madrid donde el desgaste y la controvertida gestión de Esperanza Aguirre, más los escándalos vinculados a su partido, allanan el terreno para un cambio político. La dirección federal cree, con encuestas en la mano, que, en esas coordenadas, una ministra que ha lidiado bien sus situaciones y es respetada, Trinidad Jiménez, tendría muchas posibilidades. El secretario general de los socialistas madrileños, Tomás Gómez, quien ha llegado a ser, en Parla, el alcalde más votado de España, alega contar con el respaldo de las bases y con apoyos sociales como para producir el 'sorpasso'. La disyuntiva ha llegado al mismísimo secretario general federal, Rodríguez Zapatero.

Debieron fallar todos los mecanismos de persuasión y debieron ser baldías las exploraciones de todos los escenarios posibles, cuando al final han aceptado la única salida posible: que decidan los militantes en las urnas. Esto no es malo, aunque algunos tiemblen por la posibilidad de que la solución se extienda por el resto de España. A una prueba democrática no se la teme. Que sirva de ejemplo. Por eso, lo trascendente ahora de esta disyuntiva es que no se configure como una pugna intestina que, a su vez, genere el desaliento entre los votantes que apuesten por una alternancia en el poder madrileño. Esto es lo que de verdad debe importar a todos pero principalmente a quienes están directamente concernidos.

El escenario, en cualquier caso, y sea quien sea el ganador, está cargado de alicientes. Ni el conservadurismo mediático se lo esperaba.

No hay comentarios: