Se ha sorprendido algún comunicante de la conclusión advertida en la entrada de hace un par de días, a propósito de la situación política en Canarias surgida tras la autoexpulsión del Partido Popular de la alianza gubernamental. Conclusión evidente: el partido que fue tercero en las elecciones autonómicas de 2007, Coalición Canaria (CC), ejerce ahora el gobierno en solitario. Su apoyo parlamentario es de diecinueve diputados. Ustedes dirán cómo se come eso pero está así de crudo y así hay que tragarlo y así hay que digerirlo.
Y claro, así las cosas, tan paradójicas, tan alejadas de lógica política elemental, hablamos de surrealismo puro y duro, hablamos de un sistema electoral imperfecto e injusto y hablamos de unas carencias de calidad democrática notables y preocupantes. Que como van a más, por cierto, sin que pase nada, salvo el contraste de la resignación de unos y el hastío de la ciudadanía conducente al abismo del abstencionismo, representan otro lastre en el porvenir de esa tierra única que avanzará a base de estos golpes y contrasentidos, esperemos que sin abonar el terreno a planteamientos insólitos y a soluciones drásticas y radicalizadas.
Si en todos estos escenarios, tan controvertidos, la representación sigue, se dirá que todo es normal. Tan normal que quien ahora ha decidido ceder su parcela de poder ya anuncia que es posible reeditar el entendimiento en junio del año próximo, cuando la aritmética electoral sea similar a la que ahora se maneja: volver a empezar. Y si hubiera una variable, su temporalidad, su provisionalidad sería tan evidente que una nueva ruptura, con estos u otros protagonistas, sería aceptada con toda naturalidad. De nuevo, comenzar; de nuevo, comenzar.
Los partidos deberían ser conscientes de este daño, de este descrédito. Y mal que les pese, han de poner manos a la obra de una reforma de las normas que regulan la elección de los representantes de la voluntad popular. Las circunstancias son son las mismas que inspiraron la célebre 'triple paridad'. Los equilibrios de ahora requieren otras fórmulas y otros cálculos que permitan una representatividad más amplia, más plural y unas situaciones más propicias para la estabilidad política.
Claro que algún comunicante siga asombrado: esas circunstancias sólo se dan en Canarias. El perdedor neto en una consulta electoral es el que gobierna en solitario. Sus apoyos parlamentarios -principio básico del funcionamiento democrático- son los menores, los mínimos. Claro que el sentido de la responsabilidad esgrimido por unos y de la continuidad interesada de otros y hasta la coyuntura temporal harán del ejercicio de la oposición otro hecho singular que apenas servirá para contrastar los tratamientos mediáticos.
Pero el esperpento no lo escribiría mejor ni su propio creador. Eso vivido en las últimas fechas; eso de anunciar la salida del gobierno pero convivo en él hasta aprobar los presupuestos; eso de poner en evidencia que se da un paso porque le interesa al jefe y punto; eso de pregonar la familia que reza unida no tiene por que permanecer unida, todo eso forma parte de la historia política canaria de cada día.
Política de perra chica, ya puestos.
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