La encuesta de la edición digital de ayer de Diario de Avisos, sin valor científico, basada en la pregunta “¿Cree que el PP hizo bien al dejar el Gobierno de Canarias”?, reflejaba a determinada hora una tendencia mayoritaria al ‘no’ (37%), con un explícito añadido a la respuesta: “Los motivos aducidos no son lo bastante importantes y trae inestabilidad”.
Independientemente de la evolución que la consulta pudo haber experimentado y de los perfiles de los votantes, resulta bastante comprensible esa tendencia en el maremágnum de desconcierto que los acontecimientos de la pasada semana situaron de nuevo a la Comunidad Autónoma en el primerísimo puesto del ‘ránking’ del surrealismo: sólo intereses partidistas electorales y ambiciones políticas personales justificarían la escasamente meditada -debatida en órganos, ni digamos- y precipitada salida del ejecutivo de los consejeros populares.
Cierto que durante los últimos meses aumentó el caudal de la cascada de recelos, desplantes y deslealtades entre presidente y vicepresidente hasta hacer irrespirable el clima y la relación, rota cuando Rodríguez Zapatero se aseguró el apoyo de los dos diputados de Coalición Canaria para aprobar los Presupuestos Generales del Estado del año próximo. Pero antes de la fractura, una de las partes presumía de que por primera vez iba a terminar una legislatura en Canarias sin que quebrase la alianza gubernamental establecida al principio de aquélla.
Pero, pese a esa desconfianza, y por muchos problemas y reducciones con los que convivir en las islas, nadie juega a ceder poder y mucho menos si estás en ejercicio. Lo ha hecho el presidente del Partido Popular en Canarias -acaso excesivamente confiado en que la ola del descontento no va a perder altura y arrastre- en un acto que, a medida que pasan las fechas, cada vez va siendo más percibido como una irresponsabilidad política. Una salida así del Gobierno, por muy cortés en las formas, por mucha apariencia y respeto a calendarios y aprobaciones presupuestarias, por muy abiertas que hayan quedado las puertas -ha dicho el propio Soria que la ruptura de ahora para nada impide un nuevo entendimiento en junio de 2011 y así sucesivamente- no deja de ser un reprobable desistimiento, teniendo en cuenta que hasta hace unas pocas fechas compartían los populares un gobierno que ha visto cómo las principales demandas de la sociedad canaria no se ven satisfechas. Ese paso al costado, o a la oposición, como se prefiera, es un acto que, lejos de revalorizar el papel popular, lo sume en una incertidumbre complicada.
Porque habrá que comprobar hasta dónde resiste la clave de supervivencia política de Rivero y Soria, Soria y Rivero, que allanó el camino de su entendimiento gubernamental tras sus respectivos fracasos electorales de 2oo7. Ahora no está el adversario socialista, López Aguilar, al que tanto temían y que tanto les unió para impulsar su acceso al poder, bloqueando renovación de instituciones y repartiéndose territorio, departamentos, apoyos empresariales y medios y ya veremos cómo arreglamos esto cuando llegue la hora de coger cada quien su vereda tropical hasta que el poder nos devuelva a la centralidad. Cierto que ahora, las circunstancias, las personas y los hechos han cambiado y aunque haya algún documento por ahí y los alisios soplen en otra dirección, se trata de verificar si la historia se repite -cosa que no extrañaría lo más mínimo- o se entra en una senda de mayor cordura para que Canarias salga del marasmo y de la inestabilidad política que envuelven a las islas.
Porque ya nos dirán si alguien pone más alto el listón del surrealismo y esperpento político: que termine gobernando en solitario el partido que fue tercero en las últimas elecciones autonómicas, es como para alucinar.
Independientemente de la evolución que la consulta pudo haber experimentado y de los perfiles de los votantes, resulta bastante comprensible esa tendencia en el maremágnum de desconcierto que los acontecimientos de la pasada semana situaron de nuevo a la Comunidad Autónoma en el primerísimo puesto del ‘ránking’ del surrealismo: sólo intereses partidistas electorales y ambiciones políticas personales justificarían la escasamente meditada -debatida en órganos, ni digamos- y precipitada salida del ejecutivo de los consejeros populares.
Cierto que durante los últimos meses aumentó el caudal de la cascada de recelos, desplantes y deslealtades entre presidente y vicepresidente hasta hacer irrespirable el clima y la relación, rota cuando Rodríguez Zapatero se aseguró el apoyo de los dos diputados de Coalición Canaria para aprobar los Presupuestos Generales del Estado del año próximo. Pero antes de la fractura, una de las partes presumía de que por primera vez iba a terminar una legislatura en Canarias sin que quebrase la alianza gubernamental establecida al principio de aquélla.
Pero, pese a esa desconfianza, y por muchos problemas y reducciones con los que convivir en las islas, nadie juega a ceder poder y mucho menos si estás en ejercicio. Lo ha hecho el presidente del Partido Popular en Canarias -acaso excesivamente confiado en que la ola del descontento no va a perder altura y arrastre- en un acto que, a medida que pasan las fechas, cada vez va siendo más percibido como una irresponsabilidad política. Una salida así del Gobierno, por muy cortés en las formas, por mucha apariencia y respeto a calendarios y aprobaciones presupuestarias, por muy abiertas que hayan quedado las puertas -ha dicho el propio Soria que la ruptura de ahora para nada impide un nuevo entendimiento en junio de 2011 y así sucesivamente- no deja de ser un reprobable desistimiento, teniendo en cuenta que hasta hace unas pocas fechas compartían los populares un gobierno que ha visto cómo las principales demandas de la sociedad canaria no se ven satisfechas. Ese paso al costado, o a la oposición, como se prefiera, es un acto que, lejos de revalorizar el papel popular, lo sume en una incertidumbre complicada.
Porque habrá que comprobar hasta dónde resiste la clave de supervivencia política de Rivero y Soria, Soria y Rivero, que allanó el camino de su entendimiento gubernamental tras sus respectivos fracasos electorales de 2oo7. Ahora no está el adversario socialista, López Aguilar, al que tanto temían y que tanto les unió para impulsar su acceso al poder, bloqueando renovación de instituciones y repartiéndose territorio, departamentos, apoyos empresariales y medios y ya veremos cómo arreglamos esto cuando llegue la hora de coger cada quien su vereda tropical hasta que el poder nos devuelva a la centralidad. Cierto que ahora, las circunstancias, las personas y los hechos han cambiado y aunque haya algún documento por ahí y los alisios soplen en otra dirección, se trata de verificar si la historia se repite -cosa que no extrañaría lo más mínimo- o se entra en una senda de mayor cordura para que Canarias salga del marasmo y de la inestabilidad política que envuelven a las islas.
Porque ya nos dirán si alguien pone más alto el listón del surrealismo y esperpento político: que termine gobernando en solitario el partido que fue tercero en las últimas elecciones autonómicas, es como para alucinar.
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