lunes, 23 de mayo de 2011

NUEVA HORA

En las horas que unos disfrutan y otros lamentan, cuando se hace digestión de titulares de prensa y los números y los porcentajes son más consultados que cualquier enciclopedia, en los momentos que se ha bajado la bandera de las negociaciones y las cábalas en busca de fórmulas de gobernabilidad y salvaciones políticas personales, aguardando a los análisis de las ejecutivas y comités de estrategia -que no olviden que ésta es la hora de la autocrítica- y a la espera de que cristalicen alianzas y se indague sobre el alcance de las agitaciones sociales que han sacudido la última parte de la campaña -a ver cómo evolucionan, por cierto-, hoy es el primer día de la realidad que han de afrontar los nuevos munícipes salidos de las urnas. Una realidad que será más cruda a medida que amainen los vientos triunfalistas y las efímeras alegrías de acceder al poder o seguir en él y cobre cuerpo la asunción de responsabilidades. Porque ni la campaña ni los resultados han borrado de un plumazo los problemas que han venido atenazando a los ayuntamientos durante los últimos tiempos. Si algunos de sus gobernantes salvaron la gestión gracias a los dos planes E del Gobierno de Rodríguez Zapatero, aplicables sin distingos políticos en todo el país, no es menos cierto que las instituciones locales tienen ante sí un horizonte preocupante que se condensa en la merma de ingresos que complica el cumplimiento de las obligaciones presupuestarias y la prestación de los servicios de sus competencias. Si los ayuntamientos son considerados la columna vertebral del Estado, ésta debe permanecer enhiesta, hecho que sólo será posible con un sistema de financiación claro y holgado, pero que también exige el máximo celo, la máxima responsabilidad de quienes tienen a su cargo los gobiernos municipales. Porque han pasado los tiempos de despilfarro y ahora cabe exigir no sólo austeridad, sino el máximo rigor en la administración de los recursos públicos. De ahí que los políticos electos ayer para las corporaciones locales estén obligados a dar ejemplo, con decisiones consecuentes que les afecten directamente y que les permitan recuperar credibilidad. Deben hacerlo con valentía o con coraje político. Hasta los loros viejos, un decir, tendrán que aprender idiomas. Es la hora de contrastar el cumplimiento de los propósitos repetidos machaconamente antes y durante la campaña electoral. Con transparencia. Reducir gastos, prescindir de los que sean voluntarios y adelgazar el organigrama administrativo es el triple objetivo. Costará, pero, si no se emprende o no se da el primer paso de la larga caminata -a la espera de tiempos mejores-, sólo se estará prorrogando las tribulaciones, los sufrimientos de cada nómina, las demoras en el abono de las facturas de proveedores… En definitiva, prolongando la agonía. Por lo que cuentan -es poco, pues a nadie gusta que trasciendan las penurias de la casa que se administra-, algunas haciendas locales canarias (por cierto, una cordial bienvenida a El Pinar, en El Hierro, culminado plena y democráticamente su proceso de constitución) atraviesan una situación insostenible. Dicen que técnicos y funcionarios responsables están agotando sus recursos de ingeniería financiera para garantizar el pago de nóminas mientras siguen registrándose casos de alegres contrataciones de personal. Cuidado porque la subida de impuestos no sólo es impopular, sino que también está al límite y porque no se puede seguir dejando al albur de los malditos mercados la búsqueda desesperada de soluciones, a la larga un pozo de endeudamiento que sólo acentúa el déficit estructural. Si se quiere que la columna siga firme, estamos obligados a actuar de modo bien distinto al seguido hasta ahora.

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