De vez en cuando, sólo de vez en cuando, como diría el poeta,
aparece la formación en cualquier debate turístico, al menos en Canarias. Algún
empresario lo cuela en declaraciones o en esporádicas intervenciones en foros
de distinta naturaleza. Responsables políticos también lo hacen pero sin el
seguimiento que permita extraer unas conclusiones claras que luego se traduzcan
en acciones positivas, como revisión de programas o incorporación a planes de
estudio.
El caso es
que a la formación en el ámbito turístico hay que concederle mayor importancia.
El peso del sector en la productividad económica lo dice todo. Su evolución, la
necesidad de dar respuestas adecuadas a las tendencias, las exigencias de la
clientela, las respuestas a los operadores, la importancia de la
profesionalidad en la captación de mercados y la prestación de los servicios y
la obligación de ser globalmente competitivos hacen imprescindibles las
alternativas al voluntarismo. Lejos, muy lejos empiezan a quedar los tiempos en
que el pico o la azada fueron cambiados por la bandeja o cuando el aprendizaje
del idioma se hacía simplemente escuchando o repitiendo términos. Los actuales
requieren un proceso sostenible de formación.
Más ambición
y más formación, suele decirse en ambientes y foros turísticos. Es verdad. Algunos
creían que dotando la materia de rango ministerial ya se estaba en condiciones
de hablar de igual a igual con otros sectores. Alcanzado ese rango, hasta el
momento no parece que se haya avanzado mucho más. Al contrario, hay algunos
hechos y algunos estancamientos evidentes que han hecho fruncir el ceño hasta a
los empresarios menos sospechosos ideológicamente. Luego, habrá que seguir
esmerándose para que esa sana ambición -vamos a calificarla así- pueda entrar
en vías asequibles que hagan ver la trascendencia del turismo en un país de las
características del nuestro, visitados por millones de viajeros de distintas
latitudes.
Pero es en
la formación donde queríamos insistir. Durante años se navegó con un rumbo
cambiante. Muchos intentos pero escasa claridad en el horizonte. Algunas
iniciativas del sector privado y aportaciones de las instituciones públicas que
han ido menguando a medida que faltaba solidez y las restricciones terminaban
por imponerse. Se reivindicó también el estatus universitario para dar
consistencia y nivel a los estudios turísticos.
Hasta que la
formación ha sido concebida como un grado, de carácter generalista, en
consonancia con las directrices del Plan Bolonia, reservando la especialización
a los cursos de postgrado que son indispensables, poco menos, para una buen
desarrollo profesional. Veremos cuáles son los resultados a medio y largo plazo
teniendo en cuenta el contexto de crisis socieconómica predominante. Porque,
claro, hablar de investigación o de innovaciones en un campo donde la
precariedad en el empleo es cada vez más notable, puede sonar a chino.
Precisamente, el dominio insuficiente de otras lenguas sigue siendo otra de las
taras que condiciona las posibilidades de acceso al mercado laboral y de probar
fortuna en otros países donde no se hable español. Y ojo: que somos conscientes
de la imposibilidad de convertir la Universidad en una gigantesca academia de
idiomas. Habría que incidir en las deficiencias de los niveles o ciclos
educativos previos para tratar de llegar al grado universitario en las mejores
condiciones posibles para ampliar y perfeccionar.
Con el
enfoque de Bolonia se pretende implementar un ‘modus operandi’ más práctico, más
atractivo, es decir, que el alumno vea o palpe sobre el terreno el medio donde
supuestamente se va a desenvolver en el futuro. Hay algunas voces críticas al
respecto por entender que no se debe denostar la teoría. Y no les falta razón.
Nada hay más práctico que una buena teoría, dicen.
En cualquier
caso, lo importante es incidir en la formación, potenciarla, mejorarla, madurar
los planes de estudios y aprovechar las experiencias que se vayan registrando.
De no ser así, seguiremos con debates poco productivos y con varias asignaturas
pendientes.
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