viernes, 7 de junio de 2013

¡COSAS ESTUDIANTILES!

Desplante, desaire, descortesía… Sí, el gesto podría interpretarse de cualquiera de estas maneras. O condensarlo en un acto de mala educación, simplemente. Ya saben: doce estudiantes, de los expedientes más brillantes, no dieron la mano al ministro de Educación, José Ignacio Wert, en el momento que recogían su premio en el curso de una convocatoria pública.
Las cámaras han dejado constancia y el derechío mediático ha arremetido –qué fácil le resulta- contra los estudiantes y ha interpretado casi todas las connotaciones, en algún caso hasta para reivindicar aquella asignatura, Educación para la Ciudadanía, que tanto denostaron.
Nada dijeron de cuando Felipe González o Rodríguez Zapatero eran abucheados en foros universitarios. Al contrario, jalearon a la grey estudiantil y justificaban plenamente, faltaría más, aquel desahogo, una expresión más –y muy significativa, venían a decir- del descontento que merecían las políticas de sus gobiernos y hasta el modo de conducirse en la gestión de los recursos públicos. Por supuesto, nada que decir cuando José María Aznar dedicó aquella célebre peineta a quienes le recibieron con silbidos y abucheos en la universidad de Oviedo. Aquella fue una reacción tan educada del ex presidente del Gobierno que se adjudica en su haber sin necesidad de exaltarla. País! Por no decir de otros casos más recientes, como la espantada del presidente Rajoy huyendo de los periodistas por el garaje del Senado; y el grito de la diputada Fabra en el pleno del Congreso, “que se jodan”. Y otros más lejanos, como cuando Rodrigo Rato, en ejercicio de la vicepresidencia del Gobierno, negó la mano ostensiblemente a un compañero de formación política, Luis Ramallo, en un acto público de la Comisión Nacional del Mercado de Valores a la que pertenecía, envuelto en el caso Gescartera. Muy edificante todo, ¿verdad?
Pero lo cierto es que doce estudiantes no estrecharon la mano del ministro. Según algunos de sus testimonios, era una forma de manifestar el desagrado y el rechazo no solo a la reforma educativa en que se ha embarcado el ministro sino a la tardanza con que han recibido sus premios y que ha distorsionado sus planes personales. Quienes se escandalizan con la acción olvidan ese punto de rebeldía de muchos estudiantes, esa reacción espontánea identificativa del malcriado. En el aula y en la casa. Y en algunos actos escolares donde se han hecho notar a base de alguna conducta anómala, pretendidamente graciosa.
Sin querer justificarles –tampoco es que hayan cometido delito-, al menos los doce estudiantes pusieron de relieve que hay formas de protestar que nada tienen que ver con los escraches ni con las brusquedades ni con la agresividad, verbal o física, en las manifestaciones públicas. La suya ha sido una manera de decir no nos gusta, estamos cansados, queremos otra cosa, hay alternativa… Lo han hecho en un acto académico, con muchas cámaras porque uno de los más controvertidos ministros asistía. Y lo han hecho en silencio, puede que sin prepararlo demasiado, aguardando la solidaridad y la comprensión de compañeros y amigos. Nadie les acusará de promover algaradas, de conducirse violentamente, de incitar un ataque destructivo…
Han hecho lo que consideraron procedente: no dar la mano al ministro cuando recibían su galardón, o lo que fuese.

Como diría aquel viejo burócrata portuense del que tanto se mofaban: ¡Cosas estudiantiles!

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