Pedro Bellido Camacho se estrena con una
exposición individual de veinte cuadros en el Instituto de Estudios Hispánicos
de Canarias (IEHC). Esa vena artística
de Pedro por fin circula a plenitud. Quienes sabíamos de ella desde hace
tiempo, intuíamos que algún día iba a suceder, porque estando, además, a la
sombra de Marta, su esposa, no iba a encontrar mejor asesoramiento, o mejor
orientación, que parece más adecuado.
“El punto de partida de un nuevo artista”,
definió Celestino González en una introducción impregnada de estímulo y en la
que evocó la primera colección pública de Pepe Dámaso en la misma sala, como
también la de Manuel Clemente Oliva, escultor y catedrático de Expresión
Plástica y Visual de la Universidad de Barcelona que ha paseado su obra por
varios países. Habiendo obtenido la cátedra de dibujo de Enseñanza Media en
Tenerife, ya anticipó, en marzo de 1964, la cualificación de su trabajo.
Los acrílicos de Bellido, en formato medio y
grande, algunos con técnica mixta, hechos en el plazo de año y medio, revelan
su condición de pintor autodidacta, sensible al paisaje que interpreta con
sobriedad cromática. Los trazos y elementos geométricos del autor reflejan
impresiones versátiles, igual para el Aire
que para Montañas rojas, dos de
los títulos de este bautismo pictórico en el que también sobresalen, por
similares características, Dunas,
Profundidad y Mirando al cosmos. En esa mirada descubre Pedro Bellido sus
tendencias, si se quiere propias de un principiante que las guardaba
celosamente hasta que decidió alumbrarlas. Una serie de siete cuadros, bien
combinada por cierto, con uniformidad llamativa, da título a la exposición, “El
camino”, que ahora inicia con afán de autoexigencia perfeccionista, seguro.
Porque Bellido tiene, desde su Sevilla natal,
la pasión por el arte. Lo acreditó cuando le confiamos la gestión del ya
guadianesco festival de Cine Ecológico y de la Naturaleza, al que imprimió un
notable sello artístico, compatibilizando las proyecciones de películas con
manifestaciones de varios géneros, incluso en la calle. Aquella iniciativa suya
fue, de alguna manera, precursora de otro festival artístico exterior que ha
causado furor, Mueca, que, como el
certamen cinematográfico, proyectó el nombre de la ciudad.
Pedro Bellido fue profesional de la banca y
sindicalista antes que político activo. Pero el arte iba por dentro, tal es así
que arriesgó y abrió una galería de arte, “El albero”, donde intentó dar
oportunidades a artistas noveles y dotar a la ciudad de otro espacio de
creatividad. En su día, quiso que presentáramos la obra temprana de una
descendiente de Federico García Lorca, Anabel, que impactó por su colorido
desgarrado.
Ahora, rodeado de sus familiares, amigos y
dirigentes del IEHC, a los que asesora en cualquier iniciativa pictórica, emprende
un camino que seguro no se quedará en una primera entrega porque puede
esperarse más de este ya artista sevillano afincado en el Puerto. Ahora, como
en el viejo proverbio árabe, sólo ha dado un paso.
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