miércoles, 26 de junio de 2013

PENA POR LA CIENCIA

El presidente de la Confederación de Sociedades Científicas de España (COSCE), Carlos Andradas, era rotundo en unas declaraciones públicas recientes: “No es que los científicos se sientan huérfanos sino que el Gobierno desprecia la ciencia”. No haber entregado al Gobierno, como era su propósito, una denominada Segunda Carta por la Ciencia, firmada por cuarenta y cinco mil personas (de las que unas diez mil son investigadores y científicos) y avalada por la Conferencia de Rectores de España; y comprobar que la holgada mayoría parlamentaria popular rechazaba la iniciativa socialista que asumía los contenidos de la referida Carta, hacían más patente de la desazón de Andradas. Ni el anuncio televisivo en que los futbolistas internacionales españoles aplauden y estimulan el quehacer de destacadas personalidades de la ciencia ha ablandado el parecer del Gobierno y de su soporte parlamentario.
            Los científicos quieren la inmediata puesta en marcha del Plan Estatal de Investigación más Desarrollo más innovación (I+D+i) 2013; que se mantenga la inversión pública en ciencia básica; que se ejecute el 100% de los presupuestos aprobados para I+D+i y la materialización de una Estrategia específica en este concepto con inversiones que permitan cumplir el compromiso de una inversión del 2% del Producto Interior Brito (PIB) en el período 2013-16.
            Son absolutamente consecuentes las reivindicaciones de los científicos, escamados desde aquella restricción de unos seiscientos millones de euros en el presupuesto que engloba la I+D+i, decidida por Mariano Rajoy, tras apenas haber accedido a la presidencia del Gobierno. Recordemos que en el organigrama de su gabinete, fue suprimido el ministerio de Ciencia e Innovación, convertido en una Secretaría de Estado. Desde entonces, los recelos de la comunidad científica no han hecho más que redoblarse: demasiados recortes y muchas medidas reduccionistas que han ido minando la moral y la capacidad de acción.
            La ciencia española se percató inmediatamente de que era un camino equivocado el que seguía el ejecutivo. Una de las primeras consecuencias: resurgía la “fuga de cerebros”, ya conocida y experimentada en otra etapa de nuestra historia. Ahora huyen de la precariedad de medios, salen al extranjero o se presentan a concursos televisivos para poder completar sus trabajos u obtener alguna fuente de financiación para poder hacerlo. Algunos de esos trabajos, por cierto, han obtenido resultados sobresalientes.
            Entonces, hubo una primera Carta por la Ciencia de la que se extrae el siguiente significativo párrafo: “Asistimos a un lamentable y vergonzoso espectáculo en el que investigadores de muchos centros están siendo despedidos de la noche a la mañana, y centros de investigación destinados a convertirse en referentes europeos han llegado casi al extremo de tener que financiarse a través de la mendicidad”.
            No ha corrido mejor suerte la segunda Carta, en la que los científicos han constatado una suerte de exclusión, absolutamente inasumible. Que el Gobierno no haya querido recibirla solo abona esa impresión de desprecio que condensa en su declaración Carlos Andradas. Que eso se traduzca, además, en que los contenidos presupuestarios no son reconsiderados ni que hay más inversiones en I+D+i, revela algo más que insensibilidad por el futuro.

            Penoso.

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