martes, 25 de junio de 2013

SALVAR A LA RADIOTELEVISIÓN PÚBLICA GRIEGA

El Consejo de Estado de Grecia, una especie de Tribunal Supremo Administrativo, ordenó días pasados el restablecimiento de la señal de la radiotelevisión pública de aquel país, ERT, a negro por una decisión unilateral del primer ministro, Andonis Samarás. Los trabajadores estaban dispuestos a resistir hasta donde pudieran -estaban emitiendo vía internet y habían presentado un recurso contra la desaparición de la cadena- mientras se abría una crisis de gobierno y se iban acumulando reacciones de organizaciones profesionales claramente contrarias al cierre. Fue llamativo que el único partido conforme con la medida era el ultraderechista o neonazi, Amanecer Dorado. España no fue ajena, por cierto, y la presidenta de la Federación de las Asociaciones de la Prensa de España (FAPE), Elsa González, expresó el apoyo a los trabajadores y se sumó a las protestas que había manifestado la organización internacional en la que se integra.
            Mientras se sucedían los acontecimientos, algunos, en círculos más próximos, aprovechaban para identificarse con la medida de cierre y sugerían que en nuestra tierra o en nuestro país debía hacerse, poco más o menos, lo mismo. Con escaso fundamento, sus elementales explicaciones desembocaban en el estuario demagógico: consecuencias de ahorro en el sector público, destino alternativo de los recursos destinados para tal fin y favorecimiento de la iniciativa privada. Ni la más mínima consideración, por supuesto, del carácter del servicio público y del desempleo automáticamente engrosado (en el caso de los griegos, tres mil personas). Además de demagogia, ignorancia. Pero bueno… Otra cosa es que se reabriese el debate sobre el modelo de radiotelevisión pública y ahí ya la controversia se desate, hasta con paradójicas curiosidades: mientras la pérdida de credibilidad y liderazgo de los informativos de la radiotelevisión pública española se acentúa, el hecho sólo parece preocupar a los profesionales que salieron el pasado fin de semana a las calles de Madrid en demanda de estabilidad en el empleo, de preservar el carácter público en todos los sentidos y de afrontar el futuro con seguridad. Las circunstancias que concurren condicionan ese debate pero tenerlo, hay que tenerlo. Y concluirlo de la forma más positiva para los intereses generales.
            Volviendo a Grecia, otra organización profesional, la Federación Europea de Periodistas (EFJ), dejó bien clara su postura que facilita una adecuada comprensión del problema y sus repercusiones: la decisión del Gobierno heleno era un monumento al absurdo. Por consiguiente, un duro golpe a la democracia, al pluralismo de los medios de comunicación y al periodismo, cada vez más duro de ejercer en los tiempos que corren. La pérdida del derecho a una información honesta, sensata e imparcial que tienen los ciudadanos griegos fue otro de los factores señalados por la EFJ.
            Los medios de aquel país respondieron con un generoso sentido de la solidaridad responsable. Algunos, incluso de titularidad privada,  llegaron a dejar de emitir o publicarse. Se sucedieron las movilizaciones y los paros. El resultado es que el primer ministro Samarás tuvo que rectificar. La determinación del Consejo de Estado valió para salvar a la radiotelevisión pública de Grecia. A la espera de la creación de una nueva corporación y con un notorio reajuste de personal, su señal seguirá en el aire que, a la espera de otras decisiones, es lo que más importa.

            Si en medio de la crisis, el sacrificio impuesto por los poderes económico-financieros internacionales conlleva la pérdida de medios públicos de comunicación, es para echarse a temblar. Bendita reacción griega: el precedente, acompañado de resignación, estaba haciendo temblar los cimientos. No le faltaba claque.

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