Sobre Fidela Velázquez, ex alcaldesa de San juan de la
Rambla, recae la acción trapacista y cobarde consistente en la distribución de
panfletos vejatorios e insultantes a su persona, amparada en el anonimato, y
seguramente en la nocturnidad, métodos de otra época que parecían ya superados
pero que algunos siguen utilizando como si desafiaran a las mismísimas redes
sociales de efectos tan multiplicadores como inmediatos. Pero ya se sabe:
pueblo chico, infierno grande y entonces todo es posible y se magnifica.
Es lo
que irán buscando, seguramente, los autores intelectuales y los ejecutores de
esta “hazaña”: que se hagan eco de ella, que se difunda más allá de lo que
ellos repartieron en cien o doscientas cuartillas fotocopiadas. Ese es el daño
agregado, el que supuestamente pretenden alcanzar. Y de paso, sembrar el temor,
intimidar, extender la sensación de que hay cosas que se pueden hacer por las
malas y por tanto, mejor no replicar ni hacer defensas heroicas no sea que la
próxima vez te toque algo.
Ciertamente,
la acción no merece ni el juego de averiguar quién está detrás o quién pudo
ser. Pero cada quien conoce las estancias de ese infierno y los afectados
sabrán cuál puede ser la mejor respuesta. Una, desde luego, acaso la mejor, es
ignorancia olímpica: mueran solas la cobardía y la descalificación, por mucho
que carcajeen en sus círculos quienes crean haber causado daño y se sientan
orgullosos de su repulsiva acción. Y no mucho más: vale la denuncia policial,
para que quede constancia de lo que puede ser germen de una comisión delictiva;
y valen tanto la defensa como la solidaridad de la organización a la que
pertenece la ex alcaldesa que, si es vituperada de esta manera reprobable, es
porque no se ha arrugado, porque sigue desarrollando su compromiso y sigue
dando ejemplo de responsabilidad política.
En
ese sentido es en el que debería esmerarse, pasados los primeros meses de la
censura que la apartó de la alcaldía, donde lo estaba haciendo bien y desde la
que imprimía un sello democrático y participativo como no lo conocía el pueblo
en muchos años. Antes de ganar las elecciones, Fidela Velázquez ya había dado
pruebas de iniciativa política, de saberse ganar la confianza de los vecinos y
de hacerles ver que otra forma de gobernar era posible. Fue el suyo un modelo
de resistencia política mientras se sucedían los ataques y las desmesuras hacia
quien tenía la legítima aspiración de ser la alcaldesa de su municipio.
Si entonces, si durante los años duros de
la oposición, pudo y supo ejercerla con dignidad, con ideas, con afanes
constructivos y con capacidad de fiscalización, ahora que ha vuelto a ella,
debe reeditar esas habilidades, acentuadas, si cabe, por la experiencia ganada
durante la corta fase gubernamental. Que se concentre. Tiene madera, su
condición de ramblera comprometida está fuera de toda duda y el compromiso de
querer ser útil se acredita también estando por encima de cualquier ambición
política. Le quedaron muchas cosas por concluir y está en condiciones de
volverlo a intentar.
Aunque para ello tenga que superar -e
ignorar- anónimos que sólo ponen al desnudo la vileza de sus autores que no
merecen, francamente, mayor difusión.
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