lunes, 28 de julio de 2014

CATACLISMO

Por si no fueran suficientes las sacudidas que viene sufriendo la política, salta la confesión de Jordi Pujol y Soley, ahora menos honorable. Los primeros ejercicios periodísticos, en pleno desconcierto y en plena desazón, hacían hincapié el fin de semana en las contradicciones de quien fuera presidente de la Generalitat y aún hoy ostente la presidencia de honor de su organización política (Convergencia i Unió): por un lado, su negación de hechos que estaban siendo investigados y que, según se va probando, tenían mucho de verosímiles; y por otro, su rechazo -la enésima interpretación política del mismo tenor- a infundios y maniobras de desprestigio hacia su familia y hacia el catalanismo urdidos y ejecutados desde el centralismo. Es un cataclismo de cuidado. Y eso que no ha hecho más que empezar, después de treinta y cuatro años de secreto bien pero que muy bien guardado. Secreto personal o de familia, desde luego, pero de unas consecuencias políticas ahora mismo imprevisibles. Después de la dimisión de Durán Lleida como secretario general de la federación nacionalista y en vísperas de la entrevista entre Rajoy y Mas, con el telón de fondo de la aspiración soberanista y ambiente enrarecido como nunca desde la Transición, el estallido de lo que es algo más que una burbuja ha hecho remover los cimientos de la convivencia sociopolítica y de las ya de por sí difíciles relaciones entre el Estado y una de sus comunidades autónomas. Y es que Pujol no ha sido un político cualquiera. Que empiecen a quedar sus vergüenzas fiscales al aire, ni más ni menos que entrañando un fraude fiscal aún no cuantificado con exactitud, es un hecho gravísimo por lo que su figura ha representado. Es que hasta las formas escogidas para su contrición parecen impropias en quien defendió, con ardor y pasión, postulados y demandas catalanistas. Lo hizo desde la privación de libertad y desde la legitimidad de las urnas, con notables respaldos empresarial y social y con la experiencia labrada a pulso. Echaba el resto con seny y se ganó el respeto de sus adversarios y críticos, con un discurso cargado, incluso, de valores morales. Pero redactar un comunicado y decir, antes de pedir perdón, que en treinta y cuatro años no había encontrado un momento para regularizar la situación fiscal, independientemente de omisiones concretas sustantivas del fraude, significa no solo echar la credibilidad por la borda sino tratar a los destinatarios con todo lo contrario del respeto al que acabamos de aludir. Hasta quienes corearon lo del “enano, habla castellano”, en plena euforia del triunfo electoral del PP, estarán ahora empleando aquel pareado burlón. Más en serio: algún destacado dirigente de su propia formación política ha dicho, en medio del cataclismo, que debía reflexionar sobre su relación con aquélla. En fin, con la impresión de que solo asoma el pico de la montaña, un duro golpe para la política y la maltrecha democracia. Para Catalunya, para el Estado de las autonomías, para su partido y para su familia.




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