Así como no hay antecedentes de que a un partido
gubernamental le esté preocupando hasta límites obsesivos un movimiento social
que ni siquiera ha cuajado aún en organización partidaria y, por tanto, ni
siquiera nos acerca a la idea de una nueva política, en el escenario van
sucediéndose elementos y situaciones que dan idea de sustanciosas
transformaciones cuyo alcance es una de las grandes incógnitas al menos hasta
que termine la década. De momento, hasta parece haber quedado aparcada la
desafección y la repulsión hacia la política, factores que hasta hace dos meses
escasos eran considerados como determinantes para reivindicar la participación
en una consulta electoral y para minimizar los daños colaterales subsiguientes.
Lo del
Partido Popular (PP) con Podemos y sus cabezas visibles, a la espera de lo que
ocurra con un proceso constituyente de formación política que habrá de
desenvolverse como las demás en sus legítimas aspiraciones, es de traca pese a
que la finalidad se contrasta fácilmente: satanizar al fenómeno que encabeza
Pablo Iglesias es aplicarse en la configuración intimidatoria de un enemigo
peligroso, pernicioso y de incalculables males para el país, al que ya han
adornado, por cierto, con ribetes patrióticos y eso que la selección nacional
de fútbol quedó eliminada a las primeras de cambio en el pasado campeonato de
Brasil. Es decir, casi un contubernio como el judeomasónico aquel tan
recurrente. Es también hallar una salida o un atajo para desviarse de los males
que siguen padeciendo amplios sectores sociales que no perciben la cacareada
mejoría lanzada por los altavoces gubernamentales, aumentada con el manejo
anticipado de las cifras de desempleo pero ajena al incremento, ya cercano al
cien por cien, del Producto Interior Bruto de la deuda pública, a la financiación de las comunidades
autónomas, al as de la elección directa de alcaldes no prevista ni en programa
electoral ni en la ley vigente -¡chúpate esa!- y a las secuelas de una insólita
resolución del Tribunal Constitucional sobre el despido laboral y la
negociación colectiva.
No importa.
Hasta que llegue el verano amortiguador, se trata de insistir con mensajes del
grueso calibre que frene cualquier atisbo de recuperación o conquista de
espacios electorales. Al PP le interesa insistir en la peor y más endemoniada
de las imágenes que pueda fabricar o proyectar de Podemos, a sabiendas de que
esos apoyos sociales se los resta al PSOE, el rival directo, de modo que esa
franja de ciudadanos descontentos y que no quieren depositar la confianza nuevamente
en quienes han acreditado gobernar a base de incumplimientos y abusos de
mayorías parlamentarias, no vuelva a posiciones electorales ‘centroprogresistas’.
De momento,
ha sido el propio Iglesias el primero en reaccionar tratando de mantener encendida
la llama que prendió la noche del pasado 25 de mayo: antes de que los
conservadores sigan haciendo alarde propagandístico de los resultados de sus
políticas y antes de que los socialistas, con nuevo líder y tal, se recuperen y
sean capaces de invertir las tendencias políticas o lo que es igual, volver a
ilusionar.
Pero, claro,
los nuevos escenarios aún están por confeccionarse. Y por ahora, lo que hay son
demasiadas obsesiones y muchas urgencias.
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