Alfredo no sabía cómo le
apodaban pero soltó uno de las suyas:
-Déjale, no sabe más. Mira que es animal…
Ocurrió en El Peñón, aún con cancha de tierra, a mediados de
los años setenta, en ocasión del homenaje a Segismundo Tito Del Pino Real. Peña Celtic, un equipo de aficionados dirigido
por el inolvidable Gilberto Hernández, se enfrentó al Real Madrid Veteranos. La
organización, dirigida por el hotelero Fernando Díaz, estuvo espléndida pero se
había olvidado de solicitar el arbitraje oficial. Hubo que improvisar -a
escasos minutos del comienzo y con el recinto abarrotado- una solución con
árbitros locales (Martín Ramos y Rodríguez Perdomo) que alternaron las bandas y
el tiempo. Con el primero de ellos, después de señalar un fuera de juego y con
los senior madridistas en plena reclamación, se encaró el gran Alfredo
DiStéfano. Le quitó el silbato y se lo dio al compañero.
Cuando terminó el choque y le advirtieron el mote del
árbitro, la ‘Saeta rubia’ dijo con aquel laconismo que le caracterizaba:
-Lo siento, no lo sabía.
El encuentro, para deleite de los espectadores, acabó
igualado (3-3). DiStéfano anotó el primer gol, un increíble remate, casi de
espuela, en la portería del naciente. Los aplausos duraron. Aquel era el sello
de un futbolista que, cruzado el ecuador de los cincuenta, conservaba las
esencias técnicas. Era el jugador que había cambiado la historia del fútbol y
del Real Madrid. Dejó un lance de la leyenda en la vieja cazuela portuense. Al
día siguiente el vespertino La Tarde publicó
en primera página una gran foto suya junto al otro protagonista, Del Pino, con
el título ‘Los dos maestros’.
DiStéfano, con toda la expedición madridista, se alojó en el
hotel Marquesa. Durante varios días
fueron agasajados. Los aficionados y hasta quienes no eran tan futboleros le
dispensaron simpatía y muestras de admiración. Contó, al lado de Marquitos y de
su esposa Sara, numerosas anécdotas. Y el suceso del secuestro, en Caracas. Y
prometió volver.
Retornó, en efecto, unos años después, en 1992, invitado por
la Asociación de la Prensa Deportiva de Tenerife (APDT) como gran atracción de
la Gala del Deporte, la última, por cierto, de las que se celebraron en el
desaparecido Casino Taoro, con la asistencia de Jerónimo Saavedra, entonces
presidente del Gobierno de Canarias. Fue un 27 de febrero, cuando los
organizadores rindieron tributo a los diecisiete mejores deportistas tinerfeños
reconocidos hasta entonces. Aquella noche, Alfredo enseñó a paladear whisky (Cardhu) en copa de balón. Nos dieron
las tres de la madrugada. Hasta esa hora resistió el presidente del Gobierno,
Paulino Rivero, entonces consejero del Cabildo y alcalde de El Sauzal.
Estuvo presente en un acto en la Casa de Venezuela, junto a
un compatriota, Jorge Solari. Dijo unas cuantas perlas que Eugenio Vera recogió
en Diario de Avisos. “El futuro del
Madrid lo veo blanco”, fue una de ellas. Anticipaba, en cierto sentido, las
nuevas conquistas del club, entre ellas las copas de Europa, cinco de las
cuales había ganado con el ‘9’ en la espalda. “El jugador se divertía más
antes”, fue otra aseveración con la que reivindicaba más autonomía individual
en la cancha frente al sacrificio táctico. Y sobre Redondo, que ya destacaba
sobremanera en el Tenerife, afirmó que había que esperar: “Si quieres una
lavadora, no vas a traer una cocinera”, dijo metafóricamente.
En Tenerife, si en los setenta dejó su sello en el campo, en
el 92, año olímpico, mostró su personalidad y su sapiencia. Llegó al Olimpo
futbolístico y es uno de los elegidos en el universal club de los selectos. El
jugador que se hizo legendario. El genio elevado a la categoría de mito.
Fue el futbolista total del que aquí conservamos estos
episodios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario