Un
juzgado de lo contencioso-administrativo de Santa Cruz de Tenerife ha
determinado que el antiguo muro de San Telmo, derruido durante la
ejecución del proyecto denominado “Mejora y acondicionamiento del
paseo” (del mismo nombre), no era tan histórico. “Una antigüedad
no superior a cuatro décadas”, se recoge en la sentencia. La
resolución judicial hace un peculiar razonamiento: “Una cosa es
que se ejecutara un muro en el paseo de San Telmo alrededor del año
1767 y otra distinta es que el muro de 1767 fuera el muro actual...”,
puesto que “las distintas intervenciones que se han producido a lo
largo de la historia lo han destruido definitivamente”. De ahí que
se concluya que la antigüedad del preexistente no superara las
cuatro décadas”.
Un
razonamiento técnico-histórico para abundar en la decisión del
juzgado: la intervención registrada en 1975 “no fue respetuosa con
el contenido de la Carta Internacional sobre la conservación y
restauración de monumentos y sitios, conocida como Carta de Venecia
de 1964”, según dictamen histórico del profesor Darias Príncipe,
por lo que cabía ser considerada como una obra nueva.
La
Plataforma Ciudadana Maresía respeta la sentencia pero no la
comparte. Maresía enarboló la defensa del muro, basándose en
criterios muy razonables que argumentaba entre el uso social y la
utilidad pública, sin renunciar a los valores paisajístico,
patrimonial y artístico. La plataforma logró movilizar a numerosos
ciudadanos que se manifestaron y expresaron su disconformidad. Es una
de las muy escasas respuestas de sensibilidad que los portuenses y
allegados han dado en materia de conservación y defensa de su
patrimonio y personalidad urbanística. Se personó en la
tramitación del proyecto, lo hizo de forma constructiva, ponderó
los aspectos positivos de la actuación y agotó, hasta la vía
judicial, los soportes de razón que la asistían. Ahora, por
evidente falta de recursos económicos, ni siquiera apelarán esta
decisión del Contencioso-Administrativo. Pero habrá que agradecer a
los componentes de Maresía la lección de coherencia que ha dado, su
compromiso con valores que incumben a todos y su afán de
participación activa, a sabiendas de que las circunstancias eran
desfavorables. Que se tenga en cuenta su iniciativa, su constancia
para que se visualizara su afán, incluso en domingos y festivos: en
un pueblo indolente y en buena medida adocenado, donde unos pocos
ablandabrevas imponen su particularísima visión sin importarles la
facha, Maresía defendió lo defendible sin violencias, amenazas ni
estridencias, con razonamientos y con criterios. La justicia -y la
práctica ejecución de las obras- da por cerrado el caso. A ver si
hay sensibilidad y conciencia para impedir que el maltrecho
patrimonio del Puerto de la Cruz siga sufriendo fracturas, daños y
destrucción.
Porque
lo ocurrido, en cualquier caso, ha propiciado, según su propio
discurso, la desaparición del muro histórico tratado con mimo en
1976 por César Manrique; la progresiva eliminación de buena parte
de la obra arquitectónica, decorativa y artística del artista
lanzaroteño; la destrucción irreparable del pavimento de canto del
río blanco, loseta idónea tanto para la calle como para el
solarium, invención manriqueña, única en el mundo; y la privación
definitiva del carácter social del paseo y de la explanada
contemplada en la citada Carta de Venecia de 1964.
Que
el muro -tan estimado tras la publicación de centenares de fotos en
redes sociales- y el paseo no figuren en el decreto en que delimita
el Conjunto Histórico del Puerto de la Cruz hasta parece anecdótico.
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