Los
más recientes acontecimientos en Venezuela, los que prolongan la
crisis y alientan la incertidumbre de imprevisible final, hacen que
concentremos la atención en la delicada situación de los medios de
comunicación de aquel país, mientras en España se reabre el debate
sobre los sesgos informativos y el tratamiento que se dispensa a la
repercusión y a la manipulación de los sucesos que se acumulan en
medio de un clima hosco y guerracivilista.
La
libertad de expresión y el orden constitucional se han visto
severamente amenazados. Varias medidas gubernamentales fueron
criticadas sin ambages por la Relatoría Especial para la Libertad de
Expresión de la Organización de Estados Americanos (OEA). Y es que
se van amontonando los casos en que el periodismo se ha vuelto
incómodo para el régimen totalitario venezolano: un periodista
chileno, Patricio Nunes, de Canal 13, fue expulsado del país; otros
dos profesionales de la BBC, Ian O'Reilly y Stephen Sackur, también
salieron forzosamente acusados de realizar actividades ilegales; el
corresponsal de la prestigiosa cadena alemana Deutsche Welle, Aitor
Sáez, fue deportado en enero pasado; igual suerte corrieron poco
después dos reporteros de RecordTV que investigaban el caso
Odebrecht y la implicación
de responsables políticos venezolanos...
La organización
Reporteros sin Fronteras (RSF) ha llegado a calificar al presidente
de la República Bolivariana, Nicolás Maduro, como uno de “los
depredadores de la prensa”. Desde agosto del pasado año, más de
veinte periodistas extranjeros han sido expulsados o no se les ha
permitido entrar en el país. Y en febrero de este mismo año el
Gobierno venezolano anuló la señal televisiva de CNN en español,
acusada de “hacer propaganda de guerra”. El Instituto Prensa y
Sociedad (IPYS) de Venezuela hizo público un informe en el que se
consigna que, en menos de cinco meses, sesenta y siete profesionales
de la información habían resultado agredidos en el el ejercicio de
sus funciones. En ese mismo período, el IPYS destaca que también ha
sido atacados veintitrés diarios digitales, treinta y tres impresos
y diez televisiones.
La conclusión es clara:
el trabajo periodístico en Venezuela ahora, en estos momentos, es
muy ariiesgado y muy delicado. Como no parece que las condiciones
mejoren, pues la fractura social es palpable, peor que se pondrá la
cosa. Además, no todo es política: el problema de abastecimiento,
la carencia de productos básicos, la inseguridad en las calles
representan otros espacios peligrosos para los periodistas, expuestos
a cualquier contingencia.
El Sindicato Nacional de
Trabajadores de Prensa (SNTP) ha denunciado hasta veinticuatro
agresiones a la libertad de expresión, incluido el apagado de CNN,
tan solo en el mes de febrero. El secretario general de esta
organización, Marco Ruiz, revela un panorama ciertamente desolador:
“Casi a diario hay al menos un intento por limitar el acceso a la
información, dejando en evidencia la práctica reiterada de ocultar
o al menos manipular los hechos que revisten interés”.
Solidaridad con el
periodismo venezolano perseguido y maltratado. Desde la distancia,
los problemas del país hermano se sienten como propios y este que
afecta a los medios de comunicación, mucho más.
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