miércoles, 6 de junio de 2018

LLEGÓ RAJOY Y MANDÓ A PARAR,,,

Mariano Rajoy -ya ex- entendió que había dejado de ser incombustible cuando el presidente de Euzkadi, Iñigo Urkullu, le anunció telefónicamente que los diputados del Partido Nacionalista Vasco (PNV) respaldarían la moción de censura. Después vino lo del almuerzo prolongado, lo del bolso en su sillón del banco azul y todo lo demás, incluidas las largas horas hasta la votación y el estrepitoso yerro del siempre fiel Francisco Marhuenda que se atrevió a vaticinar su continuidad en una insoportable tertulia televisiva, episodios que contará él mismo en sus memorias o alguien que haya seguido muy de cerca la precipitada caída del político conservador.

Anunció Rajoy ante los suyos que hasta aquí hemos llegado. No lo hizo cuando se lo pidieron adversarios políticos o sectores sociales, ni siquiera cuando, en vísperas y en pleno debate, se lo encareció su sustituto, Pedro Sánchez. ¿Por qué no lo hizo, en efecto, si ahora ha decidido marcharse? Bueno, los escenarios son diferentes y el de los hechos consumados le aconsejó tomar este camino.

Punto final entonces a cuarenta años de vida política en la que probó de todo: las mieles y los logros del poder y los sinsabores de las derrotas y de la oposición. Lo quiso poner ante el comité ejecutivo nacional, adornándolo con esa incertidumbre que los políticos baqueteados parecen querer guardar hasta el final de su ejercicio activo. Seguro que pocas, muy pocas personas sabían qué decisión había adoptado y cómo la iba a anunciar. Ni siquiera Marhuenda y sus deseos acertaron. Hasta que el silencio alcanzó su clímax: todos los presentes escucharon atentamente que no iba a seguir, que se retiraba.

Eso sí: lo hizo agradeciendo la enorme lealtad que le dispensaron, personal y políticamente, durante todo ese tiempo. Alusión directa a quienes no cuestionaron sus métodos, esa suerte de dontancredismo o dejar hacer, dejar pasar, que muchos exégetas equiparan con los cadáveres políticos que quedaron en el armario o engrosaron su trayectoria y la del propio partido.

Mariano Rajoy Brey, ya ex presidente, pronto figura histórica, era consciente de que lo mejor o lo procedente era el paso dado. Fue el primero en entender que había que poner proa a la renovación del partido. Que de ciertos estigmas es difícil liberarse y que aún quedan pesados fardos, algunos de ellos de muy incierta resolución judicial que pueden lastrar tanto que no quede otra opción que iniciar una refundación o cambiar de siglas. Pero eso le corresponderá al sucesor, al nuevo líder, al partido, en fin, que debe afrontar el trance como una prueba de madurez.

Hasta aquella llamada de Urkullu parecía incombustible. Después decidió parar. “Es lo mejor para mí, para el partido y para España”, dijo convencido. Ahora se hablará de un PP, antes y después de Rajoy. Un PP, por cierto, que tiene que ser fuerte.

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