lunes, 25 de agosto de 2025

Clientes más que lectores

A ver, opinen ustedes…

El debate está servido, especialmente para la terminación del veraneo vacacional. Igual sería más conveniente otro término, dada la virulencia de algunas controversias entre medios y periodistas, impregnada de ideología identificada con intereses partidistas. ¿Qué tal porfía, polémica, discusión, disputa, contencioso dialéctico? Con frecuencia, hay que reconocerlo, mucho ruido para formular la ecuación sobre el periodismo, los periodistas y la política.

No olvidemos el viejo principio: hechos sagrados, opiniones libres. Libérrimas, por elevar el superlativo. Los lectores, los consumidores de información, se vienen enfrentando a una intrincada situación cada vez que optan por el origen, por las fuentes informativas de que se nutren. Eso nos obliga a meditar sobre la situación del periodismo en las sociedades democráticas modernas y, en particular, en España. Hay de todo: declaraciones desafortunadas, dislates, falacias, profesionales ofendidos, cuando no ardorosos defensores y detractores, errores impropios de un cargo público o representante institucional de cualquier nivel, dignidad del oficio, compañerismo...

Esta meditación, según Luis García Montero, poeta, crítico literario, ensayista y catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, director del Instituto Cervantes desde hace siete años, debería empezar por los usos y costumbres de la ciudadanía a la hora de informarse. Pone por ejemplo que “no critiquemos a los periodistas sin hacer primero un ejercicio de conciencia”. Lo normal hoy es que un consumidor de noticias busque en las redes sociales los medios que le van a dar la razón, voces que opinan como él opina. Este círculo vicioso se agrava porque cada cual busca un repertorio mínimo de asuntos que le interesan, desentendiéndose de una información general sobre la realidad colectiva. Es decir, clientes más que lectores de un autoconsumo destinado a potenciar identidades duras y pensamientos cerrados.

Y, desde luego, -sigue García Montero- mucho mejor si es posible encontrar esa información sin pagar el trabajo de los profesionales. Para qué pagar por sentirse rigurosamente informado si uno se acostumbra a convivir con una comunicación en la que las medias verdades se mezclan con las mentiras y los datos falsos, y la información sesgada sirve para crear audiencias en una rueda viciosa. Se calcula lo llamativo como estrategia de autoafirmación clientelar.

Está claro pues que el estado preocupante del periodismo tiene mucho que ver con el preocupante estado de la ciudadanía. Queda muy atrás la época en la que el periodista, licenciado o no, se abría paso procurando un hueco en la redacción, exprimiendo la amistad o la relación con algún preboste o veterano, echaba horas, cubría plenos y hacía de todo. Hoy tienes muchas otras posibilidades… de montarte por tu cuenta. Pero hasta alcanzar un estatus estable, hasta ganarse la vida, o sea, el sustento, de forma autónoma, hay un largo trecho. Por no mencionar el pluriempleo, fórmula tan socorrida. No nos engañemos: la posibilidad de una opinión pública resulta cada vez más difícil en un paisaje de fragmentos y degradaciones laborales. Cuando antes aludíamos a que el trabajo profesional hay que pagarlo, estábamos pensando también en unas condiciones laborales decentes. 

García Montero plantea que los medios nuevos y modestos -se refiere a los que no tienen ayuda de una cloaca o un gran empresario con ganas de invertir en noticias que favorezcan sus especulaciones- intentan sobrevivir con más o menos dignidad entre penurias económicas. “Y los medios tradicionales -señala- sufren una dinámica triste para el oficio. Incluso los que no quieren adaptarse a la basura de la de las redes, incluso los que no componen portadas cada vez más parecidas a la zafiedad comunicativa, tienen muy difícil mantener la independencia, porque pertenecen a grandes grupos de inversión o a bancos que entran de forma impune en sus consejos de administración y en sus redacciones. Además de depender de la publicidad o los acuerdos opacos, es que soportan el ordeno y mando de unos dueños que necesitan sacarles rentabilidad ideológica. Buscan el estado de silencios o de opinión conveniente a sus negocios”. Así de simple.

Para ser claro, interpretando al director del Instituto Cervantes: no se trata de que los políticos intenten influir en el periodismo. Es que la mayor parte del periodismo está sometido a unas grandes fortunas que las utilizan para mediatizar a su favor las decisiones políticas. Escribe que en España, por ejemplo, “no se consideró una amenaza contra la normalidad nacional que un gran partido se convirtiese en una empresa de corrupciones organizadas, o que se confundiera la prudencia con el hecho de cerrar los ojos ante lo intolerable, o que un presidente asumiera el terrorismo de Estado y las puertas giratorias seducido por el mundo del dinero, o que otro, además de rodearse de corruptos, fuese capaz de mentir sobre los culpables de un atentado terrorista, desquiciando su manipulación habitual hasta mancharse los labios con la sangre de las víctimas. No se consideró tampoco peligrosa la destrucción sistemática de la educación o la sanidad pública en Cataluña o en Madrid para desviar el dinero a cuentas suizas y a paraísos fiscales. Y, sin embargo, ahora es anormal, peligroso, preocupante, desestabilizador, que haya una coalición progresista que se atreva a dignificar las leyes laborales y a pedirle a las grandes fortunas que se comprometan patrióticamente con su nación a través de una fiscalidad justa. No, no, no, no son los políticos los que mandan en el periodismo.

A ver, opinen ustedes…




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