No hay que confundir el cierre -esperemos que temporal; de hecho algunos han puesto en circulación el boca-oído diciendo que ya están vendidos, da igual que sea a un fondo de inversión- el cierre, decíamos, de unos establecimientos arraigados en el Puerto de la Cruz, con el impacto de calles y núcleos comerciales ya clausurados, sin perspectivas de reapertura siquiera con un cambio de actividad en los locales. Ese cierre parece abonar una crisis en el sector para el que no se dibujan alternativas, es lo peor.
Porque van pasando las semanas y los meses y no se vislumbra iniciativa y capacidad para dar un vuelco a la situación. Los problemas son conocidos: cambios en los hábitos de compra y consumo, dificultades de movilidad, aparcamientos insuficientes, obsolescencia en la oferta expositora, nula actividad asociativa, reducida y encorsetada imaginación promocional… El listado de complicaciones tiene tendencia a engrosar, por lo que ya se barrunta el concepto estructural de la crisis.
Ni iniciativa ni capacidad, repetimos. El sector comercial portuense no ha entendido que el déficit no se enjuga cruzándose de brazos y ver pasar a los turistas. La tradición tampoco juega a favor. Las entidades que agrupaban a lo que genéricamente podría identificarse como pequeña y mediana empresa (pyme) han ido mermando, prácticamente hasta su inoperancia. Hace mucho tiempo que no se recibe un mensaje reivindicativo, siquiera para justificar la existencia y hacer una mínima contribución al desenvolvimiento socieconómico del municipio, una contribución de preocupación e inquietudes: lo menos que se puede pedir.
De las instituciones no cabe esperar mucho más. ¿Por qué? Pues porque los partidos con representación institucional, sobre todo los que han tenido tareas de gobierno, no se han preocupado de negociar y ofertar políticas y medidas orientadas a la dinamización del sector. No han puesto interés, sencillamente, en incentivar y tratar de adaptarse a los nuevos tiempos y a los usos sociales derivados de las transformaciones que van experimentando los consumidores y las capas de población. Debieron haberse acercado, mucho más, a esas organizaciones, integrarse, actuar y exigir algo más que bonificaciones y reducción de las tasas en los distintos hechos imponibles.
Pero no. Hemos asistido en los últimos tiempos a una evolución negativa, a un estancamiento de la actividad comercial que pudo superar el cambio que significó la adaptación peatonal de vías, influyente también en el desenvolvimiento cotidiano, pero no los mecanismos de los hábitos impuestos por las modas y los nuevos usos.
Sería bueno, en definitiva, que alguien afronte un estudio serio del tejido comercial portuense, de sus debilidades y fortalezas. Lo que no puede ocurrir es que el pasotismo y la pasividad se eternicen, o lo que es igual, depende del propio sector, de los mismos comerciantes, impulsar incluso el relevo generacional, nuevos esquemas de funcionamiento, otras metodologías, Es válida la conclusión que parece obvia: hay mucha actividad idéntica, es una productividad incluso se diría monótona. Por ahí se podría empezar para luego consensuar las líneas de continuidad y hasta propiciar un modelo de especialización.
El municipio y sus agentes sociales se enfrentan, sí, a una papeleta que obliga a dialogar y a tomar decisiones sin demasiados rodeos. El turismo está experimentando unos altibajos muy inciertos y teniendo en cuenta que es el principal sector productivo, el otro gran atractivo podría ser el negocio comercial. Ahora mismo, la realidad y la imagen no sonríen. Hay que hacer un esfuerzo de imaginación, creatividad, gestión y dedicación para dar un giro de noventa grados.
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