viernes, 8 de agosto de 2025

Sin orden ni concierto

 

Así parece que evoluciona la ocupación de la vía pública en el Puerto de la Cruz. Conste que no es un problema del presente mandato municipal; ya en los anteriores también se desató. Pero es ahora cuando ha cobrado más cuerpo: se nota en varias vías por donde se transita, incluso en algunas que parecían quedar excluidas de ese mal pero que no se libran de la ocupación sobrada y desordenada. Ya se ha llegado al modismo que expresa la falta de organización o planificación previa y, en consecuencia, entraña cierto nivel de caos. Se ejecuta como un pleonasmo ya que utiliza dos vocablos de significado similar, orden y concierto, para asegurar y reasegurar su carácter peyorativo.

Lo peor es que, si no ha sido derogada -y mucho nos tememos que no-, está vigente una ordenanza reguladora. Pero ni se aplica ni funciona. Hubo un tiempo que personal laboral del Ayuntamiento, sin competencias ni encomiendas policiales, administrativos preparados e identificados, por supuesto, se ocupó de un mínimo cuidado pero no pasó de ahí, se aburrió, no encontró receptividad a su labor. Pero la mayor parte del tiempo o los intentos de seguimiento y vigilancia han estado a cargo de la policía local, con un desempeño bastante laxo, poco estricto. Demasiada permisividad, o si se prefiere, se ha hecho y se hace la vista gorda lo que implica ignorar algo a propósito. Básicamente, significa que decidimos no ver, o hacer como si no hubiéramos visto alguna acción o situación, generalmente porque conviene, o lo que es igual, porque no queremos complicarnos. En otras palabras, se trata de cerrar los ojos o desviar la vista ante un incumplimiento o una infracción que, en otras circunstancias, podría señalar o corregir.

El caso es que algunas vías que parecían exentas del mal que se comenta también se han visto contagiadas y hemos pasado de postaleros adosados, como una especie de exhibidor suplementario, a paraguas o sujeciones provisionales de las que cuelga cualquier objeto, generalmente souvenirs, recuerdos del viaje, objetos de reducido tamaño y de escaso peso que luego emprenderán los largos trayectos del detalle y de los regalos. Hay tal proliferación y debe ser tan accesible, que eso explica por sí solo la abundancia y la (relativa) variedad.

El problema es que el concepto del Puerto como ciudad para pasear, para distraerse y observar en calles siempre animadas y pobladas de nativos y visitantes, se va desnaturalizando, porque cada vez hay menos espacio y éste se ve obstaculizado por la cantidad de reclamos, dispositivos y exhibidores, que van poblando las calles, muchas de ellas adaptadas peatonalmente. O sea, que la movilidad se reduce, cuando no es un escenario proclive a ciertos niveles de incomodidad o inseguridad callejera.

Claro que hay soluciones o alternativas. Solo hay que tener voluntad política y racionalizar los recursos, principalmente los humanos. Primero, haciendo que entre en vigor la ordenanza mencionada. Y si hay que revisarla o actualizarla, pues otro paso. Fijar las vías públicas donde es posible añadir un atractivo sin convertirlo en un espacio mayor que los locales de que se disponga. Medir los espacios, establecer de antemano un número de sillas y mesas, de expositores y escaparates móviles, ajustado y proporcional a criterios de espacio y extensión. Delimitar las competencias, esto es, asignar unos cometidos concretos y una capacidad de actuación para que los policías locales hagan una labor inspectora y de seguimiento que, a la larga, va a beneficiar a todos, incluso a los presuntos infractores.


El caso es actuar, devolver frescura y un uso adecuado del espacio de calles peatonales. Que el Puerto vuelva a cautivar por esos hechos y el paseo, la variedad, la multiplicidad bien entendida y bien regulada, sean factores positivos que cualifiquen el destino. De continuar como hasta ahora, solo asistiremos a la degradación, al enredo y las complicaciones domésticas. O sea, sin orden ni concierto.


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