En un telediario nocturno de “La 2”, muy al estilo de los que se hacen en Francia, destacan la noticia de la denuncia que contra Dios -sí, sí, han leído bien: contra Dios- hace un senador norteamericano, responsabilizándole de los desastres naturales que en distintas partes del mundo tantas vidas humanas han costado y tantos daños materiales han producido.
O sea, que en Estados Unidos, y entre su clase política, hay también extravagantes, excéntricos y descerebrados metafísicos. O ansiosos de notoriedad, más simple. ¿Se imaginan a un padre de la patria español promoviendo una iniciativa similar? ¿Qué diría Federico Jiménez Losantos? ¿Se quedaría en silencio la Conferencia Episcopal? ¿Resistirían las vestiduras del ultracatolicismo? No, mejor no imaginarlo.
(Hace años, en los primeros de la transición política española, con señales de apertura entre tímidas y atrevidas en los medios de comunicación, en el desaparecido diario “La Tarde”, aún dirigido por Alfonso García Ramos, Pepe Chela publicaba en la última página una entrevista (imaginaria) con Dios. El espacio reservado a la foto aparecía en blanco. Menos mal. Porque se armó una buena, entre detractores y partidarios, entre escandalizados y tolerantes, entre nostálgicos de la censura y defensores de la libertad de expresión sin más. El propio Alfonso no pudo escapar a aquella controversia que se saldó con más ruido que nueces).
Ahora, el senador norteamericano debe haber generado algunas sonrisas. No más. Otra anécdota, vamos. Sobre todo, en un país donde casi al mismo tiempo (en Jena, Lousiana) resucitaban los resabios -o algo más- racistas, a propósito de la sombra de un árbol que, como si tuviera culpa de algo -el pobre- terminó siendo talado. Como si fuera de aplicación el dicho español: liquidada la sombra, se acabaron las disputas.
Y la demanda, por cierto, se evaporará sin pena ni gloria. Así se desprende de las dificultades para tramitarla, señalaban en la pieza informativa: Dios no es un ser humano y su domicilio no es conocido, por lo tanto, inalcanzable. O imposible de notificar.
A su señoría, en fin, con todos los respetos, los mismos que hay que dispensar y tener con los creyentes en la divinidad o en cualquier abstracción o ser superior, cabría recomendarle que por encima de los excesos de originalidad siempre estará la sensatez, especialmente obligada entre quienes se dedican a la cosa pública.
viernes, 21 de septiembre de 2007
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