En el vértigo de la gran ciudad, la escena es reveladora.
“¡Espabila, viejo!”, le grita el conductor de un vehículo asomando su cabeza a un hombre de unos setenta años que cruzaba un paso de peatones y se había quedado ligeramente rezagado.
El hombre apenas tuvo tiempo de mirar, alertado seguramente por la exclamación para acelerar el paso y completar el cruce, mientras el conductor reía y aceleraba.
No era una gracia, no. Aunque no hubiera riesgo de atropello. Ni siquiera un susto. La interpretación es otra: el escaso respeto a los mayores, a sus limitaciones, a las circunstancias de la movilidad reducida. Y no por la expresión, ese imperativo suplementado con el vocablo que se utiliza comúnmente por estos lares para identificar o llamar a los ancianos (bien es verdad que con matices, según y cómo), sino por el hecho: ni siquiera están seguros en una zona debidamente señalizada, teóricamente protectora de su paso.
El episodio entraña más paradojas. Precisamente, en estos días se lleva a cabo una nueva edición de la iniciativa europea “¡La ciudad, sin mi coche!”, sugestivo reclamo para no soportar o sufrir, siquiera durante un día, el ritmo, la intensidad y los perjuicios medioambientales del tráfico rodado. Aunque fuera en menor medida. Igual en una insignificante menor medida. El lema de este año parece hecho a medida del “¡espabila, viejo!” inspirador de estas líneas: “¡Calles para todos!”. Es probable que el peatón presuntamente septuagenario no lo conozca y que el conductor impaciente tampoco. Pero es, en cierto modo, una respuesta. La respuesta. La justa reivindicación.
Una contestación que precisa de algo más que hábitos saludables pues ese humanitarismo que se deteriora y se pierde es lo que hay que cultivar y potenciar. En dosis elevadas, tal como está el patio… digo, las vías y las calles.
Y todavía algunos ponen reparos a que se imparta “Educación para la ciudadanía”.
Espabilen: civismo, respeto a los mayores y calles para todos.
miércoles, 19 de septiembre de 2007
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