viernes, 28 de septiembre de 2007

ENTRAÑABLE CRUZ ROJA

Escribo desde un ciber al lado de la todavía sede de la Cruz Roja, en la calle Agustín de Bethencourt, siempre bulliciosa cada vez que hay actividad en el parque San Francisco, la que sea. Ahí llegan los extranjeros para abrir las puertas y curiosear.
La sede es una de esas que llamamos casona antigua, donde nació y vivió, por cierto, Luis de la Cruz y Ríos, pintor de cámara de Fernando VII.
Ahí radicó también el seguro de enfermedad, cuando todavía no se empleaba la palabra ambulatorio y, mucho menos, el concepto centro de salud.
Por ahí desfilaban -a veces las colas salían a la calle y los escolares que transitábamos nos sorprendíamos de los gestos y de las caras de dolor de muchas personas que esperaban su turno resignadamente- gentes de toda condición social, a curarse, a sanar, a recibir una palabra de aliento. En habitáculos reducidos, los médicos de entonces, de medicina general o especialistas (que eran los menos), atendían a los enfermos, cuando el despacho de don Celestino Cobiella, en la calle Blanco, se veía claramente desbordado para atender tanta demanda.
En la Cruz Roja portuense andaban Eduardito, que se tomaba el pelo a sí mismo; Pacheco, siempre marcial; Juan Pedro (a quien todos conocían como “el de la farmacia”); Gilberto Hernández, popularmente identificado como “el Orejas”... y tantos entusiastas de la solidaridad, altruistas de pura cepa, como lo fue y es Chano, cuyo verdadero nombre es Gumersindo, y que todavía hoy presta los servicios que sean necesarios.
La banda de cornetas y tambores fue una de sus divisas. Era curioso cómo los extranjeros aplaudían su paso en las cabalgatas o procesiones o se situaban justo detrás de la última fila, los que tocaban el bombo, acompañándoles hasta el toque final.
La institución ha estado presidida por Antonio Castro García, Rafael Espinosa y Juan Topham. Arnoldo Suárez hizo también un trabajo administrativo muy meritorio. Como el que ha acometido, ya en la etapa más reciente, una vez democratizada su estructura, Heliodoro López.
Hay más nombres, claro que sí, y habrá que pedir disculpas por alguna omisión, tan injusta como no intencionada.
La sede cruzrojista ha acogido convocatorias de todo tipo. Bueno, políticas no. Para preservarla de cualquier sesgo. Pero allí hubo reuniones y asambleas de clubes deportivos o de entidades sociales y recreativas. Como si de contrastar su polivalencia se tratara, también ha sido marco de exposiciones y conferencias.
Aunque el uso lúdico ha sido uno de los preponderantes. Me refiero al de la lotería doméstica, principalmente los domingos y festivos al mediodía. Eran centenares de personas las que jugaban los viejos y desgastados cartones, mientras otras esperaban pacientemente a que alguien se marchara para ocupar su lugar. Se pagaba la línea a veces pues casi siempre se jugaba cartón completo.
“¡Cuajo!”, se escuchaba con frecuencia entre los más ansiosos de ganar unas pesetas.
Siempre resultará memorable el cántico de Tomás “el Patito”, un sonsonete de números y sinónimos (el 15, la niña bonita; el 77, las dos banderillas; el 88, las tetas de doña Eufrasia; un numerito, el 69), sólo interrumpido por él mismo cuando mandaba a callar:
-¡'Abajen' la voz los del bar!
La Cruz Roja, hoy con dotaciones y prestaciones más modernas, seguirá siendo el lugar entrañable que muchos portuenses hicieron desinteresadamente. El sitio desde donde salían raudos y prestos los cruzrojistas en las ambulancias que invadían las calles peatonales con la licencia de la ayuda o el auxilio que otorgarían sin reservas.
El inmueble está catalogado y bien se haría en prever una restauración adecuada para acoger los usos que se determine, si es que alguna vez la institución muda su domicilio y pueda seguir siendo ese eslabón activo de una inmensa obra social desarrollada prácticamente en todo el mundo.

1 comentario:

salvador garcia dijo...

La Cruz Roja fue una escuela de civismo y humanidad. Allí enseñaban solidaridad y el valor del servicio a los demás. Buena memoria.