-¡Está corriendo el barranco!
Recuerdo perfectamente que estábamos en el porche del colegio esperando al siempre ponderado Alfonso Trujillo Rodríguez para recibir nuestra clase de griego. Llovía intensamente. El profesor orotavense, en lo que no era habitual, se retrasaba. Hasta que apareció conduciendo su Volkswagen beis, modelo escarabajo. Cuando descendió, con sus sempiternas gafas negras, enfundado en una gabardina y protegiéndose con un paraguas, exclamó:
-¡Está corriendo el barranco! Lo he visto desde la carretera. Era imponente.
Los pocos alumnos que habíamos acudido a clase nos enteramos por él. El agua caída durante toda la madrugada había producido la escorrentía, un fenómeno natural que siempre llamaba la atención y despertaba incertidumbre e inquietud en la población.
Cuando terminó la clase, habían llegado otros profesores y alumnos que confirmaban la crecida del barranco en proporciones poco menos que desconocidas. De inmediato se dijo que, a la vista de la escasa asistencia, lo procedente era suspender las clases. El profesor Trujillo seguía hacia la Villa y ofreció su coche para desplazarnos hacia la zona de las barriadas. Fuimos, en efecto, dos o tres compañeros. Al llegar a las inmediaciones del cauce, el ruido era atronador, estruendoso, y la corriente, de color negro, era avasalladora. Una imagen irrepetible. Para recordar toda la vida.
Se cumplen hoy cuarenta años del aluvión de noviembre de 1968 que azotó el norte de Tenerife, el valle de La Orotava, para ser concretos. El aluvión que produjo una crecida sin igual del barranco San Felipe y unos daños humanos y materiales considerables.
Fue un suceso extraordinario. Para los niños y los jóvenes de la época, muy impactante. Estuvo lloviendo sin cesar durante horas. Cundió la alarma. Los habitantes de los bloques de viviendas San Felipe y Carlos Arias -popularmente conocidas por las barriadas- estaban en la calle, algunos de ellos, con unos pocos enseres. La fuerza del barranco arrastraba cuanto se encontraba su paso. Acabó con una vía de reciente construcción (Blas Pérez González) y destruyó parte de las viviendas más próximas.
Al mediodía, la lluvia había remitido pero la zozobra y el disgusto eran palpables.
-¡Hay un cuerpo sin cabeza en el salto del barranco!-, exclamó alguien con evidente alteración.
Y hacia el lugar fuimos unos cuantos. En efecto, un cuerpo humano al que faltaba su cabeza, yacía en un lateral, había quedado atrapado entre las piedras y un montón de maderas. El gentío se agolpó en la carretera de Las Arenas. Los guardias civiles y los municipales, alguno sin gabardina, se esforzaban en la distribución del tráfico y en impedir que los curiosos traspasaran las líneas de seguridad establecidas. La carretera de Las Dehesas quedó cortada. Se supone que un juez ordenó el levantamiento del cadáver decapitado. Los propios guardias y algún voluntario, ayudados de unas mantas, lograron rescatarlo. Se trataba de un vecino de Los Realejos.
El suceso empezó a adquirir su auténtica dimensión a medida que avanzaban las horas. El periódico "La Tarde" publicó una crónica de Luis Castañeda titulada "Impresiones de una angustiosa noche de vísperas", actualizada al día siguiente y reproducida años después en la desaparecida "Revista Local" que editaba el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz. Resultaba impresionante el relato de Castañeda: una denuncia en toda regla, impregnada de atinada literatura descriptiva.
En los alrededores de las barriadas había compañeros y compañeras de clase, algunos cuidando bolsas de ropa que habían logrado sacar de sus casas amenazadas por la furia del barranco. Después, volvimos a verles en su alojamiento provisional del empaquetado de Yeoward, actuales dependencias del Ayuntamiento. Hubo otros improvisados albergues.
Alguna fuente señaló que al menos cuarenta viviendas se habían visto afectadas. También se dijo que el campo de fútbol de La Vera había quedado completamente destrozado. Y que los pastores habían perdido muchos animales. Los periódicos de fechas posteriores, muy demandados, fueron dando cuenta del alcance del aluvión. La corta depresión asfaltada que servía de enlace para el camino a Punta Brava desapareció. Las playas de las cercanías eran un montón de desechos. El agua del mar estuvo varios días ensombrecida.
El pleno del Ayuntamiento se reunió días después, el 4 de diciembre, en sesión extraordinaria. Era alcalde Felipe Machado del Hoyo. El pleno analizó y evaluó lo ocurrido. El acta de la sesión recoge que siete viviendas quedaron literalmente desaparecidas. Las obras de encauzamiento se vieron notablemente destruidas, de modo que el "Ministerio de Obras Públicas ha tomado ya las medidas urgentes que el caso requiere para reponer los fuertes del barranco que han desaparecido y garantizar las propiedades públicas y privadas de sus riberas ante futuras crecidas". Los suministros del servicio eléctrico y de abastecimiento de aguas se vieron también interrumpidos, hasta el punto de que, durante unos días, fue necesario atender a los damnificados con una o dos cubas.
El alcalde anunció en ese pleno que desde Madrid había recibido noticias de que saldrían de inmediato a subasta 222 viviendas programadas para el municipio y que las Mutualidades Laborales de Santa Cruz de Tenerife habían ofrecido una aportación a fondo perdido de quinientas mil pesetas, destinadas a los mutualistas siniestrados que habían perdido enseres y mobiliario.
Hoy se cumplen cuarenta años de aquel fenómeno natural que es recordado por los supervivientes -y no es exagerado el término- de forma muy singular. Historias y situaciones personales caracterizadas por la inquietud, la incertidumbre y el dolor. Y nadie se olvida del estruendo ni del torrente de color negro.
-¡Está corriendo el barranco!
3 comentarios:
Pese a la tragedia que relatas, ¡qué vívidos recuerdos de la infancia has logrado traer a mi mente, Salvador!. El barranco, los barrancos, límites de nuestros pueblos, conviven desde siempre Con todos nosotros. El riesgo que suponen se ha incrementado con una acción humana sobre ellos que traspasa los límites de la sensatez, y que horroriza a los más viejos, con razón. Además de ese riesgo, muchos y muchas luchamos para que, además de los linderos físicos municipales en nuestra isla, no supongan, además, límites mentales, característicos de los localismos tradicionles y rancios.
Gracias por recordarnos que convivimos con ellos con un texto magistral, como suele ser habitual en tí.
Genial la crónica. Modestamente, recuerdo aquel suceso, en lo que nos tocó vivir. El agua descendía desde la cumbre hasta el mar por el barranco que separa Los Realejos de La Orotava, en La Montaña. El aluvión se llevó consigo el legendario campo de fútbol, donde pude presenciar, de chico, muchos encuentros, los domingos, y especialmente, los campeonatos con motivo de las fiestas de los barrios de La Luz y La Montaña.
Aquel 25 de noviembre nunca será olvidado, no sólo por las familias portuenses afectadas, sino por los moradores de las viviendas de La Playita, en La Orotava.
ACTUALIDAD DEL PUERTO DE LA CRUZ
Estimado D. Salvador: He leido su comentario sobre la escorrentía del Barranco San Felipe y me ha dado escalofríos pues mi familia (Benavides) y yo, lo vivimos en nuestra propia carne. Solo recuerdo lo que mi padre me cuenta, pues yo solo tenía 2 años y mi hermano 6. Nosotros vivíamos en el Camino Cordobés, justo en frente de lo que se conoce como la Explanada. Allí teníamos nuestra casa al borde del barranco pero en una posición bastante elevada la verdad. Al parecer durante toda la noche el agua fue desgastando el lateral de una roca que estaba justo antes de nuestra casa, hasta que la fuerza de la escorrentía la desplazó y desvió el curso del agua entrando por un lado de nuestra casa y saliendo por el otro, eso sí llevándose consigo todos los enseres, absolutamente todos. Unos minutos antes, mi padre y mi madre nos habían cogido a mi hermano y a mi, aun con el pijama puesto (pues era de madrugada) y nos había sacado a tiempo. Y con dicho vestuario nos quedamos. Claro y el coche que no se vió afectado pues estaba en la explanada. Es triste verse en dicha situación y saber que cuando escampó, mi padre recorrió todo el curso del barranco para ver qué podía recuperar. Aun recuerdo un armario, era de chapa con puertas huecas entre chapa y chapa y que si movías las mismas rápidamente podías sentir en su interior resto de la arena que aun quedaba (hasta los 80 nos duró aquel armario). En fin, que no es un buen recuerdo digamos porque a mi familia le había costado mucho trabajo y sacrificio (como a la mayoría en esa época)tener esa casita y se quedó en unos minutos despojada de todo. Y vuelta a empezar. No se si yo hubiese tenido ahora,la fuerza que mis padres tuvieron para comenzar nuevamente de cero. Pero gracias a Dios y con el trabajo duro, nos sobrepusimos. Un abrazo. Jesús Benavides
Publicar un comentario