Fueron dichos o relatos
más o menos largos que fortalecieron las leyendas urbanas y sustanciaron
numerosas conversaciones en cualquier día, a cualquier hora, en cualquier
lugar. Han ido pasando de generación en generación, conservada su esencia,
puede que deformada por alguna exageración o por algún propósito implícito de
querer reforzarla.
Pero el basamento era la mentira. Para causar gracia.
Mejor: carcajadas. Para imaginar lo imposible. Para descubrir la personalidad
de quien la profería o había hecho de ella un instrumento habitual de
convivencia. Una tras otra; la siguiente, aún mayor que la anterior. Una
apuesta por lo increíble, una vida animada para suplementar las lenguas del
dicho.
Algunas de ellas: por ejemplo, la de los perros y el
dominó.
-Lo que más me impactó de aquella isla es que todo el
mundo jugaba al dominó. Hasta los perros jugaban.
-Pero eso es imposible. ¿Y cuándo tenían que pasar, cómo
hacían?- le preguntan.
-Golpeaban ligeramente sus patas sobre la mesa.
Otra: la del reloj sobre una caña.
-Estuve cortando caña. Y me quité el reloj, claro. Cuando
terminamos, me lo dejé allí olvidado, sobre la punta de una de ellas. Quedé
fastidiado pero un año después fuimos al mismo sitio y el reloj estaba en el
mismo lugar. ¡Y seguía andando!
Esa tendencia a la exageración se aprecia en esta otra:
-Estábamos jugando al fútbol en unos llanos muy largos.
En cierto momento pegué un salto para dar al balón con la cabeza y cuando me
elevé ví la torre de la iglesia de Icod el Alto.
Desde luego, por imaginación que no falte:
-Nunca pensé que hubiera tantas palomas en aquel palomar.
Compré un saco de millo, esparcí los granos y ni uno cayó al suelo, se los
comieron por el aire.
Pero acaso ninguna como la del chorro:
-Después de ganarle una apuesta, aquel negro corrió
detrás de mí por todo el pueblo, hasta que llegué a un callejón tapiado, sin
salida, Menos mal que había un chorro de agua. Me subí por él hasta la cima y
me quedé arriba, hasta que el negro se aburrió y se marchó.
En fin. La mendacidad por norma. O casi. Para reír, para animar,
para alimentar las leyendas urbanas.
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