Nos pidieron en una comparecencia televisiva que pone a prueba
la capacidad retrospectiva, condensada, además, en pocos minutos, una imagen
del año que concluyó, un momento determinado que merezca ser destacado y
recordado, que haya sido noticia y que haya entrañado una cierta trascendencia.
Y en la
memoria estaba, naturalmente, el perdón del rey don Juan Carlos, un hecho
insólito, un acto de contrición sin precedentes que sirvió al menos para
mitigar la controversia que alimentaba el desprestigio derivado del
comportamiento de algunos componentes de la familia real, entre ellos el del
propio monarca con aquella cacería de elefantes que tuvo el disgusto añadido de
la lesión tras una caída.
Fue una
imagen sobresaliente, sin duda. Como lo había sido aquella otra de hace unos
años, en el curso de una Cumbre Iberoamericana, cuando el rey, inopinadamanete,
le preguntaba al presidente venezolano Hugo Chávez por qué no se callaba. La
diferencia entre ambas es que así como la cuestión regia brotaba fresca y
espontánea, interrumpiendo incluso la intervención del mandatario bolivariano,
la petición de perdón había sido meditada hasta la saciedad, por mucho que
fuera dicha, aun portando muletas, en la planta del centro hospitalario donde
había sido atendido.
En el primer
caso, digamos que no estaba en el guión o que su majestad se saltó todo esquema
protocolario, hasta el punto de ganar simpatías. En su expresión de disculpas,
respondía a la única salida posible adivinada por la Casa Real en aquellos
momentos: las palabras justas, las frases exactas y ensayadas, la naturalidad
para hacerlas más creíbles y el volver a empezar, sabiendo que “no volverá a
ocurrir”, hasta el punto de producir un efecto condescendiente casi inmediato.
Fue una
imagen inusual, desacostumbrada, por supuesto, con un valor social y político
elevado, ahora que ya empieza a ser mirado con perspectiva en un país donde
cada vez se tolera más, pese a las reformas gubernamentales. Todo un rey, todo
un jefe de Estado, pidiendo perdón públicamente. Puede que ese día los que se
han proclamado como no monárquicos reafirmaran sus convicciones juancarlistas.
En una tertulia radiofónica, recordamos, alguien quiso acuñar el término
“monarcano”, una suerte de licencia dialéctica que daba a entender algo así
como respetuosos con la monarquía pero con esperanza republicana.
En el año
del retroceso -porque 2012 lo ha sido, desde luego- ese acto de contrición, esa
imagen, bien merece estar por encima de otros momentos que, como las lágrimas
de Obama, demuestran que las personas, por muy alto que sea su rango, son de
carne y hueso y las emociones les desbordan.
P.S.- Salud,
suerte y venturas para el año recién estrenado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario