Compartimos tribuna de presentación de un
libro la última vez que coincidimos. Nos había convocado Nicolás González Lemus
para apadrinar su volumen VIAJEROS por
sol, playa… y descanso, en el que relata el viaje y la estancia en Canarias
de Agatha Christie, Winston Churchill y The Beatles. Y allí estaba,
elegantemente vestido y con voz apagada,
por momentos inaudible, pero dispuesto a dejar testimonio, uno más, de su vasto
ejercicio periodístico, en este caso concreto del referido a la cobertura de la
agenda de Churchill en la isla, en febrero de 1959. Lo hizo tirando de su
memoria, evocando sin rodeos, ciñendo sus frases… Él, Francisco Ayala Armas, era
un superviviente periodístico del acontecimiento que significó la visita del
que fuera estadista británico. Allí, terminado el acto, tuvo que responder a
preguntas de asistentes que no le conocían, curiosos que se sorprendían de la
precisión con que exponía sus vivencias.
De
esa última ocasión nos quedará su afecto de siempre. Nos conocimos en la
antigua sede de Diario de Avisos, en
la santacrucera calle Santa Rosalía, donde Ayala compartía, en privado, cuitas
de dirección y análisis de la profesión. Su juicio, siempre mesurado, dejaba
entrever los pliegues de la experiencia y de la sabiduría periodística.
Así
lo contrastamos unos años después, cuando, ya metidos en política, nos
recomendó que no abandonáramos la radio, que ese era el medio natural en el que
habíamos crecido profesionalmente. Es más, veía en aquellos cambios
estructurales que se estaban produciendo en la radio pública, hasta una
oportunidad para acceder a responsabilidades de dirección o similares. Optamos
por cumplir el compromiso con Paco Afonso y la política local y Ayala, muy
educadamente siempre, nos reprobaba que hubiéramos dejado pasar la oportunidad.
Habíamos
coincidido también en un viaje a Caracas, cuando hablamos de los males del periodismo
de aquellos tiempos, de la falta de rigor que ya se apreciaba entonces, con el
divismo como mal emergente o con los medios condicionados por intereses
políticos y empresariales. Muchos años después, en el portuense hotel Tigaiga
fuimos testigos de su reconciliación personal con Marcos Brito, a quien en una
de sus columnas calificó de “cartucho quemado”.
De
ideología conservadora, maestro y químico no ejerciente, Francisco Ayala, a
quien todos tratábamos como Pancho, fue el periodista incansable, el
profesional polivalente que hizo calle y luego mesa de redacción para coordinar
el proceso de producción de un periódico, El
Día, del que llegó a ser director, o una programación radiofónica, que para
eso conoció a fondo las entretelas de Radio Juventud, posteriormente
RadioCadena Española. Fue también presidente de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife.
Atento
intérprete de la realidad cotidiana, observador permanente de la política
canaria, hasta que tuvo fuerzas analizó con rigor no exento a veces de ironía, lo
que acontecía “en este mundo cada vez más pequeño”, según definió él mismo en
la presentación de aquel libro.
Hasta
siempre, Pancho.
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