Quienes participamos en
tertulias radiofónicas o televisivas debemos ser conscientes de lo que
significa opinar con propiedad, o lo que es igual, hablar sabiendo lo que se
dice, principalmente de materias en las que no se es experto o de asuntos
específicos de los que se tiene un conocimiento superficial o, simplemente, no
se tiene conocimiento.
Nos ocurrió días pasados en el curso de un espacio al que
acudimos semanalmente con otros profesionales. Minutos antes se había tratado
la controversia entre un político gomero y un socio con el que había emprendido
un negocio privado, a la larga complicado como consecuencia de interpretaciones
dispares sobre los intereses. Durante el programa, emitieron la grabación de
una conversación entre ambos, probablemente aportada como prueba en la
derivación judicializada del caso. Era la primera vez que la escuchábamos y
dijimos con toda claridad, cuando nos preguntaron, que no estábamos en
condiciones de evaluar ni emitir un juicio de opinión sobre el particular.
Entendimos que era lo más consecuente: cuando no se conoce a fondo un asunto -máxime
si versa sobre un conflicto entre partes-, lo procedente es andarse con mucha
cautela, llegar hasta los límites de la información que se disponga, no
especular o decir con toda humildad y claridad que, por desconocimiento, no se
está en condiciones de opinar o interpretar. Que el asunto estuviese
residenciado en vía judicial, razón de más para actuar en consecuencia. Es lo
honesto y lo sensato.
El género casi se ha convertido en indispensable pero, en
algunos casos, ha terminado cansando. En un principio, era una suerte de
apertura, estimuló la participación y enriqueció contenidos, sobre todo
teniendo en cuenta los perfiles de los intervinientes. Con el paso del tiempo,
acaso por la repetición de los mismos, o por múltiples causas, la tertulia
-salvo casos muy contados, dado el nivel de prestigio adquirido- ha ido
perdiendo peso en los espacios de los que forma parte o en el conjunto de la
programación general en la que está incluida.
El director del Máster en Comunicación Científica, Médica y
Ambiental del Instituto de Educación Continua de la Universidad Pompeu Fabra y
ex subdirector del periódico La
Vanguardia, Vladimir de Semir, escribía
recientemente que, sin querer condenar el formato, la tertulia “en la
actualidad se ha convertido en un sálvese quien pueda, donde los tertulianos de
turno se atreven a opinar e interpretar
más allá de lo que haría cualquier experto”. El académico advierte que se han
dado casos, ante un suceso grave por ejemplo, en que los contertulios “se
lanzan a la piscina” antes que los mismos expertos y sin disponer de datos
precisos, generando así prejuicios en la audiencia. Para el medio, seguro que
es importante contar con testimonios supuesta o teóricamente valiosos pero
proclives a arriesgan el sesgo, cuando la realidad quizá evolucione o sea de
forma diferente.
De Semir lo tiene claro: “Si se quiere hablar de temas
delicados o que requieran de conocimientos específicos, se tendría que acudir a
voces expertas”. Y señala a científicos, técnicos y médicos como los grandes
ausentes de las tertulias, considerada por el mismo autor como otra
manifestación de la “deriva comunicativa” que, en buena medida, parece afectar
a parte del periodismo de nuestros días.
3 comentarios:
Pues tienen razón los dos. Salvador hay mucho osado hablando de todo, un TODÓLOGO, experto en ciencias, letras, política, economía...todo, todo. Y da vergüenza oírlos.
un abrazo
Pues tienen razón los dos. Salvador hay mucho osado hablando de todo, un TODÓLOGO, experto en ciencias, letras, política, economía...todo, todo. Y da vergüenza oírlos.
un abrazo
Pues tienen razón los dos. Salvador hay mucho osado hablando de todo, un TODÓLOGO, experto en ciencias, letras, política, economía...todo, todo. Y da vergüenza oírlos.
un abrazo
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