De la multiplicidad
de criterios que registra el debate entre Mariano Rajoy Pedro Sánchez destaca
el alusivo a alguna terminología empleada por los contendientes. Algunos se han
escandalizado, hablando de inapropiada entre aspirantes a la presidencia. Y otros
se han apresurado a refugiarse en ese clima de hostilidades dialécticas para
eludir otras consideraciones más comprometidas. Como si fuera la primera vez
que se produce una controversia de estas características, como si en el pasado,
en otros foros -plenos del Congreso, por ejemplo-, no se hubieran vivido
momentos de tensión, casi al borde -o sin casi- de la refriega verbal. Quien
esté libre de la utilización de términos o expresiones gruesas, que lance la
primera justificación.
Los debates son eso: contraste de ideas,
comparaciones, recursos memorísticos, reproches, acusaciones, defensas… Cuando
se hace con cierta vehemencia, podrán parecer más crudos. Y cuando se vuelca
pasión en ellos, igual parece que se han perdido los papeles, en el sentido de
no respetar los supuestos mínimos cánones. El riesgo es descender o desviarse
hacia el terreno personal o individual, introduciendo elementos que nada tienen
que ver con la discrepancia política. Los poco acostumbrados a debatir, o los
que no saben hacerlo, son quienes más incurren en descalificaciones de ese
tipo, las personales. Pero de inmediato se les nota su pobreza argumental y su
tendencia a compensar por esa vía cuando se sabe que no van a salir airosos.
De modo que una parte de la polémica
discurrió por esos derroteros. Y no hay que rasgarse las vestiduras. A otros
episodios, a otros rifirrafes entre políticos hemos asistido o seguido, y no ha
pasado a mayores. Seguro que quienes ahora reprueban a quien desarrolló una
estrategia argumental basada en uno de los problemas más característicos de la
pasada legislatura (la corrupción), sin falsedades ni falacias sino con puntos
de vista, ahora estarían condenando su tibieza, su carencia de garra, su espeso
bosque propositivo y la gran ocasión perdida.
Sorprende, de verdad, el puritanismo de
algunos. Como si no hubieran escuchado antes, en otros cara a cara, de quien se sintió vituperado, expresiones
tales como frívolo, indigno, radical, irresponsable o acomplejado.
Y entonces, no se rasgó el velo del templo.
Pero acaso sí el de la campaña más mediática de la democracia.
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