El enredo del alquiler de viviendas vacacionales en nuestra
Comunidad Autónoma va adquiriendo proporciones cada vez más intrincadas, de
modo que encontrar la salida al problema, a la vista de los intereses contrapuestos
y de las propias diferencias políticas, es muy complicado. La iniciativa del
Grupo Parlamentario Popular Canario, consistente en la derogación del decreto
regulador, reaviva la controversia hasta niveles de limbo legal que es lo que,
en principio, otros grupos parlamentarios -se supone que las asociaciones de
afectados también habrán fruncido el ceño después de haber mostrado su
aprobación a la fórmula inicial aprobada por el anterior Gobierno- han
detectado para mejor proveer. En efecto, empresas y particulares que tramitaron
sus licencias con arreglo a lo dispuesto en el actual decreto serían los
perjudicados en tanto la derogación acarrearía una evidente situación de
inseguridad jurídica, curiosamente uno de los argumentos que, en su momento,
sustanció la postura de los populares canarios que ahora niegan la validez del
decreto.
Aunque los
objetivos para salir del limbo y de las incertidumbres parecen claros, no lo
son tanto los caminos o métodos para alcanzarlos. Se trata de armonizar los derechos
de las empresas turísticas y de los agentes profesionales del sector con la
incentivación de la economía local, de modo que sea posible crear empleo y
hasta mejorar el mantenimiento y la prestación de los servicios públicos. Es
más: lo que se quiere -eso es lo que quieren los grupos parlamentarios que
apoyan al ejecutivo- es incorporar el alquiler vacacional a la oferta turística
reglada, teniendo en cuenta, sobre todo, que cada vez es mayor la demanda de
experiencias alojativas diferentes. Ello redundaría, teóricamente, en un
aumento de la productividad económica y en más empleo. No en altos porcentajes,
desde luego. Los defensores del alquiler vacacional enfocan éste como una
ampliación complementaria del modelo implantado en el sector turístico canario.
Estamos hablando de unos cincuenta mil propietarios de viviendas vacacionales.
Pero todo
ello, en cualquier caso, hay que hacerlo en las coordenadas de la legalidad. Es
importante negociarlas, evaluarlas y pactarlas. Porque se requiere una solución
estable y de amplio espectro dada la evolución del sector, de las expectativas
que se siguen abriendo y de las tendencias que se van configurando. Las reglas,
claras: para que se sepa qué se puede hacer y dónde, en qué suelos es factible
aplicar la medida, si al final se alcanza algún tipo de solución satisfactoria
que englobe, por cierto, el concepto de calidad, no sea que ciertas
proliferaciones vengan a desvirtuar la oferta y el destino. Recordemos que la
Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia también expresó sus dudas al
respecto, hasta el punto de reclamar a los responsables de la Administración
canaria que suprimieran o modificaran varios preceptos reglamentarios.
Del enredo,
por supuesto, hay que salir. Si hay que modificar normas, que sea para
mejorarlas.
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