Se les adivina
transidos de dolor indescriptible en esas imágenes y esas fotos que golpean
martilleantes a cualquier hora que se las contemple. Los niños, de todas las
edades, de varias nacionalidades, el lado frágil de todas las tragedias, de
todas las contiendas que en el mundo han sido, sufren, en llanto o en silencio,
las inconsecuencias de los seres humanos, las del encono intolerante, las del
aniquilamiento entre iguales y las de la incapacidad para dialogar y establecer
una convivencia de mínimos.
Los niños de los migrantes o de los que aspiran a ganarse la
condición de refugiados -¡qué precio tienen que pagar!- sufren todo tipo de
penalidades en medio de unas más que adversas condiciones climáticas: frío,
lluvia, oleaje, temporales… Sobrecogen el alma sus lágrimas, sus sollozos, sus
chillidos y sus lamentos, su desespero, ese sufrimiento interior que trasciende
cuando alguien les coge en brazos para trasladarles a tierra o cuando se aferran
a sus padres o parientes, conscientes (más o menos) de que acaso sea el último
asidero; o cuando miran a ninguna parte en el enjambre de las tiendas de
campaña, en los charcos, en el lodo o en las agrestes condiciones del medio
natural; o cuando saborean un chupete o degluten una galleta y se sienten los
más felices del planeta; o cuando acaparan la atención de quienes son tristes
espectadores del drama, sujetos activos o pasivos de lo que nadie creía iba a
suceder en la vieja Europa del siglo XXI. Pero conviven.
Tiritan, lloran, enferman, sufren… atraviesan ríos, sortean
alambradas, caminan sobre pastizales o pedregales, cruzan fronteras… Van en
busca de la tierra donde educarse, donde convivir en unos mínimos de dignidad,
donde aprender a saber qué es esto, donde hacer amigos no de penalidades sino
de juegos, donde olvidar el rugido de las bombas y los peligros de una travesía
marítima, donde no exponerse a los riesgos de la debilidad y donde la
vulnerabilidad, cuando menos, disminuya.
Los niños que huyen, sin saber qué suerte les aguarda. Están
aprendiendo tribulaciones. A los ojos del mundo, de reporteros y
fotoperiodistas que no dan abasto. Es el rostro doliente de la tragedia.
2 comentarios:
Buenos días Salva,
No puedo más que felicitarte por estas maravillosas palabras. Cuanta verdad hay en ellas. ¿En qué nos estamos mirando?.
Saludos,
Esteban Padilla
Maestro, poco hay que añadir a tanta dolor contenido. Gracias por ponernos los pies en el suelo. Mis respetos y cariño inmenso.
María del Pino Fuentes
Publicar un comentario